Francisco Cabral Bravo
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Para cerrar el año, la organización de la sociedad civil Signos Vitales, dirigida por Enrique Cárdenas, publicò un reporte de lectura obligada coordinado por Carlos Lascuráin: Diagnóstico de México, oscuras perspectivas.
El reporte está dirigido a todos aquellos interesados en conocer la situación actual del país y lo que viene hacia adelante a partir de evidencia sólida incontrovertible. Tiene, al menos, una triple intención: identificar algunos de los problemas de más urgente resolución, alertar y alentar a los candidatos de 2024 a tomarlos en cuenta en su oferta política y proporcionar elementos de diseño de política pública para mejor solución.
La idea, dice el reporte, es "recuperar y superar lo que se había logrado en los decenios anteriores, sin que esto signifique que aquellos hubieran cumplido las expectativas de los mexicanos ni que estuvieran ajenos a problemas y crisis". No se confunde y no pretende engañar. Simplemente habla con la verdad. No todos los problemas identificados son nuevos y no sólo es esta administración la que ha fallado, que sí se ha empeñado en ignorarlos y agravarlos por negligencia e ineptitud.
Destaca siete tumores, problemas graves o escenarios presentes al finalizar el cuarto año de gobierno que no tienen visos de ser atendidos en lo menos de dos años que le restan y que coloca a México en riesgo severos para su desarrollo político y democrático.
El primero es el desprecio por la ley que ha conducido al deterioro de los Derechos Humanos, la procuración de justicia, la precariedad del desarrollo económico y de las relaciones comerciales internacionales.
Le sigue el debilitamiento de pesos y contrapesos democráticos que lleva aparejada la acumulación excesiva de poder. Junto a este debilitamiento, está la militarización y las dudas fundadas sobre la preeminencia o no del poder civil sobre el poder militar.
Como en reportes anteriores de Signos Vitales, éste tiene un valor agregado. Nos enseña còmo cada uno de los problemas afectan a los miembros de la sociedad. Como siempre, más a los que menos tienen.
Quien quiera que llege a gobernar lo hará en una crisis de las proporciones que pinta el reporte y en condiciones mucho peores que las que enfrentó López Obrador al conseguir el poder. El título del reporte, Obscuras perspectivas, parece saturado de pesimismo. Hay razón para ello, pero también la hay para el optimismo. Cada uno de los siete graves problemas identificados tiene remedio y de ello deja constancia la investigación. Con su publicación, Signos Vitales no solo alerta, sino ofrece esperanza. Fundamenta las erróneas decisiones que se han tomado para no volver a caer en ellas y, más importante, ofrece soluciones. Los gobernantes de hoy debían leerlo con cuidado. Los candidatos y lectores de 2024 también.
No escapa de mi atención de seguir la atención y polarización prevalecientes, el año entrante no será tan movido como este, sino aún más agitado. El desafío será conjurar los desbocamientos susceptibles de provocar un rompimiento que, en vez de darle horizonte y perspectiva al país, lo coloque de nuevo al borde de un abismo. Casi de a tiro por sexenio, la nación se ha visto en esta circunstancia y la ha sufrido. La sola memoria de lo sucedido en 1994, 2006 o 2014 obliga a reflexionar el absurdo de pararse otra vez en el canto de un desfiladero. Es inaceptable reducir cada sexenio el territorio a un acantilado. Se pueden correr riesgos, sí, pero no peligros. No distinguir la diferencia entre unos y otros es tanto como jugar a la ruleta rusa cuando todas las recámaras del tambor de un revólver alojan proyectiles.
La hazaña de abanderar causas y convicciones sin hacer del adversario un enemigo y de no convertir la arena política en campo de batalla, no es sencilla. Exige prudencia y equilibrio, conciencia de cuánto se quiere y puede, reconocimiento honesto de lo que es preciso cambiar, así como claridad de qué tanto se disiente en serio de la postura y la actitud contrarias.
Parte del tiempo perdido estos años deriva del respectivo dogma y la compartida tozudez con que actores y agentes políticos en y fuera del poder, enfocan y valoran el haber y el deber de las instituciones, así como de la sandez de exagerar lo que se hace, como lo que se deja de hacer. Tal dogmatismo, porfía y extremosidad han ocasionado un concurso de tropiezos y zancadillas, acompañado del afloramiento de una polarización que antes tuvo por única expresión la indiferencia o el resentimiento. Todos lo saben.
El problema de acendrar esa polarización es que, en el marco de la violencia criminal ante la cual el Estado ha fracasado a lo largo del siglo, cualquier exceso, descuido o error político puede convertirse en la chispa de un incendio. Así como polarizar no es politizar, especular no es investigar. Estos son días de reflexión, ojalá se aprovechen.
Habiendo rebasado el cuarto año del sexenio, ya no cabe la rectificación del modo y tono en que los actores y agentes políticos resolvieron relacionarse entre sí desde 2018. Sin embargo, profundizar el desencuentro puede concluir en una fractura.
Jugar con fuego a veces quema.
En cualquier circunstancia alentar la polarización como antesala de la confrontación es grave. En el caso mexicano, lo es más todavía. El crimen ha hecho del desacuerdo político una ventana de oportunidad no sólo para expandir y diversificar su actividad, sino también para incidir en los procesos electorales.
Un asunto increíble que asombrosamente no inquieta mayor cosa a actores y agentes políticos como tampoco a la autoridad electoral. Ese elenco se aferra a la idea de que la compleja realidad nacional se divide en comportamientos estancos, sin vasos comunicantes entre ellos.
Muy poco puede hacer la política desorganizada frente al crimen organizado.
Sin embargo, no necesitamos remitirnos a la memoria de los libros y los documentales: la violencia crece en la medida en que la impunidad se pasea muy oronda en todos los escritorios del aparato de justicia. Si bien cada miembro de la sociedad es susceptible de sufrir las consecuencias del clima de violencia que impera en cada rincón del país, quienes apuestan por mantener su derecho a informar y despertar es espíritu crítico que tanto necesitamos, se ha convertido en los frágiles hilos que sostiene la libertad.
De nada sirve vanagloriarse de no haber roto un solo vidrio en el afán de transformar las instituciones, cuando éstas ni funcionaban como aseguran ni funcionan como presumen. Ya basta de considerarlas como perversos engendros del neoliberalismo rapaz o de defenderlas como baluartes insustituibles de la más refinada y esmerada arquitectura política.
A nadie se pide correrse al centro (espacio hoy tan despreciado) ni practicar el gradualismo a paso lento como tampoco el radicalismo a paso atropellado. No, pero sí guardar equilibrio y no hacer del extremismo refugio de su negligencia política.
En su escala, los partidos se están convirtiendo en arena de lucha interna entre los cuadros que más influyen en ellos, distrayéndose de la función de ser canales civilizados de expresión ciudadana.
Está por caer el telón, ojalá el intermedio sea espacio de reflexión.
Me voy hasta el 2024, aunque todavía falta un año y medio para las próximas elecciones, porque no hay signos vitales de que esto se vaya a componer. Más bien, hay signos mortales de que se agravarán las cosas en lo que resta del sexenio.
PD: Deseando a los lectores buenos motivos y mejores razones el año entrante.
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