Francisco Cabral Bravo
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Lejos de observar una mejoría, los problemas del país permanecen, crecen y surgen otros, sin soluciones viables. Seguimos entrampados e inmersos cada parte en su propia y compleja realidad, los tiempos se van consumiendo y los desencuentros cada vez más frecuentes suben el tono.
El brillante filósofo Baruch Spinoza, establece en su Tratado político: "En la medida que los hombres son presa de la ira, la envidia o cualquier efecto de odio, son arrastrados en diversas direcciones y se enfrentan unos con otros. Y como los hombres, por lo general, están por naturaleza sometidos a estas pasiones, los hombres son enemigos por naturaleza".
Sin embargo, es de llamar la atención que un autor considerado como subversivo y expulsado de su comunidad sea, después de todo, el creador de los límites del estado político. Pareciera ser el impulsor de la destrucción de todo orden, cuando es precisamente el inspirador de un orden consciente y razonado. Para Spinoza, el hombre se vuelve hombre viviendo en sociedad, mirándose al espejo en el otro. "Ir hacia el otro es un acto de razón".
La constitución de lo político está inscrita en el interés mismo de los hombres, que serán más hombres si reconocen que los otros, sus congéneres, son los que los hacen pertenecer a la humanidad.
La política, en el pensamiento del filósofo neerlandés, se funda en las relaciones que los hombres razonables entablan necesariamente entre sí. Lo político no debe buscarse afuera, en una exterioridad, sino en esta razón que los define. "En la medida en que los hombres viven bajo la guía de la razón, llegan a concertarse, a entenderse, por naturaleza necesariamente, razón que no puede adquirirse sino mediante el trabajo de la conciencia, la que lo político deberá sacar a la luz y le permitirá ir al encuentro del otro".
Frater es el término original del latín y del que la palabra fraternidad deriva. Quiere decir parentesco entre hermanos o hermandad. En su concepto amplio, la fraternidad universal contempla la búsqueda de la buena relación entre los hombres, con base en sentimientos de respeto, solidaridad y empatía.
El llamado a establecer una fraternidad universal no debe limitarse a una raza, una clase, una élite, una nación o un grupo de personas.
Uno de los grandes retos de nuestra incipiente humanidad debe ser la superación a todo aquello que no se adecua a nuestras normas y tabúes. Vencer la repulsión a todo lo que no conocemos, buscar entender y no juzgar a botepronto aquello que nos es extranjero, implica ciertamente, un principio de exclusión del yo y comporta en consecuencia, un principio de inclusión de nosotros.
Los egocentrismos y los etnocentrismos generan un muro infranqueable entre lo fraterno. Me llevaría páginas y páginas citar una enorme cantidad de ejemplos sobre las barbaries e injusticias cometidas entre los hombres. Y muchas de ellas cometidas en nombre de la fraternidad.
La profunda indiferencia hacia el prójimo, junto con las estructuras monolíticas e inalterables de la individualidad, propician la generación de enemigos por doquier. Y la existencia de enemigos alimenta la propia barbarie y la de los otros.
La ceguera mental y espiritual se posiciona como la oscura conductora en el camino de la humanidad. Las instituciones también sufren su peor crisis. El hombre del siglo XXI sigue siendo idólatra: si antes adoraba piedras, hoy adora el dinero, el poder de dominio, el placer como fin, y muchas cosas más que ha hecho con sus propias manos.
¿Cómo poder comprender la fraternidad cuando al parecer, entendimos mal la máxima del Evangelio de Jesús: Amaos los unos a los otros?
La realidad es que, si nos vamos al término literal de "amar" y lo trasladamos a que debo amar a mi padre y madre como al tendero de la miscelánea o a el viene, viene del estacionamiento del supermercado, o al empleado mal encarado o al injusto y traumado jefe, si podría decir qué es una misión casi imposible.
No obstante, en algún momento descubrí algo que me hizo entender esa primicia de la fraternidad. En una lectura de hace varios años, se explicaba que la traducción del hebreo antiguo del "ama a tu prójimo como a tí mismo", tendría que haber sido más específica.
Que la palabra correcta para entender ese mensaje, en primera instancia, era hablar del amor de tratamiento. Que, por supuesto es una forma de amor. Si cambiamos el verbo tendríamos la frase "Trata a tu prójimo como a ti mismo". O "Trata a tu prójimo como te gustaría que te tratasen".
Ese simple cambio hace que la acción se vuelva alcanzable. Se vuelva realizable.
No es mi intención hacer un tratado filosófico o epistemológico sobre el amor. Pero como colofón de esta historia me gustaría agregar que lo fundamental es "conocerse y amarse a sí mismo como primerísima regla de la vida".
Aristóteles afirmaba "el conocimiento de uno mismo es el primer paso para toda sabiduría". Porque nadie da lo que no tiene. O dicho sea de otra manera "uno es lo que elige ser".
En otro orden de ideas estimado lector no son pocas personas las que han dedicado su tiempo e ingenio a descubrir las muy diversas características de quienes conforman la élite política en turno. Más allá de plantearnos si se trata de monarcas absolutos o adalides de una sociedad plenamente democrática, quienes les han observado y escuchado con la agudeza del pensamiento no dejan de señalar que la mentira es una de las más poderosas herramientas con la que cuentan, a veces la única, para articular su discurso y validar cada una de sus acciones.
En no pocas ocasiones hemos sido capaces de mirar el pasado y, con una amarga sonrisa, damos cuenta que en la vida política de nuestro país existe un deporte que se practica con la religiosidad de un anacoreta, mentir según se presenten las circunstancias. Además, para que ese simple ejercicio de la memoria nos provoque un mayor dolor de cabeza, sabemos que ese discurso ha sido aplaudido, replicado, y vitoreado en los mítines más absurdos en el que burócratas e ingenuos corifeos, hacían gala de su compromiso con el presidente en turno, del Señor que se encuentra en la cúspide del paternalismo tan afín a la sociedad mexicana. Actualmente dicha ecuación ha dejado los matices y se puede observar como el ejemplo de un presidencialismo que, amparado bajo una retórica paternalista y maniquea, cada vez, llega más lejos.
Durante este sexenio, la división de poderes y la democracia misma ha sido un lastre para quien desde el primer día se ha encargado de erigir su propio monumento en la historia. En efecto, quien se presume de esta manera sabe que existen innumerables caminos para lograrlo sin mucho esfuerzo: por ejemplo manipular la historia, hacer un uso discrecional del presupuesto, explotar políticamente el asistencialismo capitalizando las necesidades de la sociedad como parte de la generosa palabra del primer mandatario y mantener muy bien afinado un aparato propagandístico, más que de comunicación. Es claro que la lista aún puede ser muy larga, pero es necesario resaltar el nuevo poder e injerencia que se le ha conferido a las Fuerzas Armadas, que se han constituido como el mejor aliado para este gobierno, que había prometido alejarse de la militarización. Una mentira que se disfraza como un simple cambio de opinión.
Se ha observado, una vez más, que entre el titular del Poder Ejecutivo y los partidos oficialistas del Poder Legislativo no existe ningún tipo de división. Su autonomía se encuentra el servicio del inquilino del Palacio Nacional bajo la bandera de ser la voz del "pueblo" que carece de un servicio médico adecuado y que, tal vez muy ajeno a lo que implicó la desaparición del Seguro Popular y el mágico desvanecimiento del Insabi, aún espera una cita o sus medicamentos.
Las legisladoras y legisladores que ha sido partícipes en este tipo de decisiones son comparsas y corresponsables de una opacidad que es cada vez mayor.
El engaño lo construyen un equipo.
La opacidad es como una pared que se levanta alrededor de aquello que se pretende delimitar y aislar, sin ventanas ni puertas a través de las cuales se pueda observar. Preguntarse acerca del interés por desaparecer instituciones autónomas, a estas alturas del sexenio, sería de ingenuidad casi existencial.
El ataque a quienes podrían ser el contrapeso del poder y garantizar la transparencia ha sido sistemático. Hoy, el Inai se ha convertido en el blanco ideal para quienes apuestan por no ser auditados, por no ser exigidos para rendir cuentas. Ante el mínimo intento por dar a conocer alguna información que ponga en riesgo la imagen y "popularidad" del actual gobierno, la estrategia de reservar la información bajo la etiqueta de la "seguridad nacional" ha sido efectiva. Aunque en ese sentido, el Inai sería quién podría abrir esas grietas en la muralla de la opacidad.
Ante dicho panorama siempre es bueno regresar a los clásicos, Jonathan Swift escribió en su libro El arte de la mentira política, "la falsedad vuela, mientras que la verdad llega cojeando penosamente tras ella, de manera que cuando los hombres llegan a desengañarse es ya tarde; la broma ha terminado y el cuento ha producido su efecto o como el médico que encuentra una medicina infalible cuando el paciente ya ha muerto".
Sabemos que no hay mal que dure cien años, aunque la náusea del engaño sea muy prolongada.
Las únicas urgencias que veo en este gobierno son las de destruir instituciones y fortalecer al Ejército.
Una urgencia es algo que debe resolverse de manera inmediata porque de no hacerlo, se corre algún peligro grave. No caben la espera ni los titubeos, se requiere tomar una decisión inmediata. Una cirugía programada tiene mayores probabilidades de éxito porque paciente y médicos llegan en las mejores condiciones posibles: diagnóstico preciso, especialistas requeridos, quirófano preparado, instrumental necesario, ayuno y análisis preoperatorios.
Cuando por un evento no previsto es necesario operar de urgencia, se obvian los protocolos mencionados.
Esto viene a cuento porque los legisladores no parecen entender la diferencia entre lo que es una situación de emergencia en la que las reglas previstas en el proceso legislativo pueden pasarse por alto y una en la que se deben aprobar las iniciativas después de haber tenido tiempo para leerlas, examinarlas y determinar sus consecuencias. O si entienden, pero gustan de complacer y obedecer a su jefe. Como en los mejores tiempos del PRI, el pastor y su rebaño.
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