Francisco Cabral Bravo
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El tiempo que nos queda hasta el día electoral es nuestra última oportunidad para decidir sobre el futuro mexicano. Para resolver entre nuestro éxito o nuestro fracaso. Para surtir a México el éxtasis o el desastre. Es nuestra "última llamada".
Decía Juana de Arco que escoger a veces incomoda, a veces duele y a veces aterra.
En los asuntos de la política, al final todos tenemos la razón.
La diferencia entre unos y otros, es que algunos la hemos tenido cuando todavía estamos a tiempo y otros la pueden tener cuando ya no hay remedio.
El desenlace de una elección importa por quien gana, pero también por quien pierde. En una democracia, en teoría, el carácter de la oposición pesa tanto como la disposición y mandato de quien accede al poder.
La narrativa presidencial ha perdido magia para interpretar la realidad y trastocar su percepción.
Permanecer más tiempo en el atril, repetir mil veces el lugar común, cargar cada vez más fuerte contra quienes se quiere presentar como responsables del desencanto no disminuye el problema, lo agranda.
La creciente tensión entre México y Estados Unidos no se resuelve con los desplantes anti intervencionistas o nacionalistas, sobre todo, cuando los problemas, las diferencias y los litigios con el vecino abarcan múltiples campos. Cualquier descuido o exceso en el tratamiento de esos asuntos podría acarrear a México consecuencias de enorme calado.
Donde la narrativa presidencial va en caída libre es en el capítulo relativo a la reforma electoral.
Un día sí y otro también ese proyecto sufre un revés y, siento que su destino muy probablemente sea el del fracaso. Como era obvio, esa reforma fracasó a nivel constitucional. Luego se atoró a nivel reglamentario, cuando salió adelante, se topó con impugnaciones en la Suprema Corte, poniendo su aplicación.
Aún así, la narrativa insiste en hacer del vituperio el mejor argumento.
No es cuestión de hablar más lento, alargar las palabras ni de permanecer más tiempo de pie en el atril, sino de reflexionar, ejercicio que demanda guardar silencio y entender las circunstancia.
En otro orden de ideas la prospectiva tiene que ser entendida como una herramienta metodológica y promotora de la creatividad que invita a la construcción de un futuro partiendo de la base de que nada está decidido y todo está por crear.
La prospectiva estudia el futuro para comprenderlo mejor y poder incidir sobre él. La intención es idear el mejor porvenir posible, sostiene el economista francés Michel Godet, catedrático especialista sobre prospectiva estratégica. Con todo un mundo a cuestas, cargado de escepticismo posmoderno, tiene sentido rescatar el valor de lo imaginado. Aún cayendo en el espacio de lo que algunos, de manera peyorativa, puedan calificar de utópico.
Los Supersónicos, serie animada de los 70s, creada por William Hanna y Joseph Barbera, expone los "sueños utópicos" de los autores. Los Jetsons eran una familia del futuro. Se hablaba de que habitaban la Tierra en el año 2062. La serie fue creada en 19622.
Quién se imaginaría que, en este momento, varias de esas "utopías" son una realidad. Los escenarios a ocurrir se adelantaron. En menos de 100 años, las videollamadas, el trabajo en casa o home office, las video consultas médicas, robots que aspiran la casa. No estamos muy lejos de lograr tener autos que transiten las carreteras del aire.
No se trata de crear ciencia ficción. No es pura imaginación, ni se trata de inventar un mundo futuro totalmente desconectado con el presente. La pretensión es siempre comprender de mejor manera el presente para poder actuar. El pasado se ubica en la dimensión de los hechos cumplidos. Allí nada podemos cambiar.
Ese pasado puede ser referido y evocado, puede dar lugar a añoranzas o desasosiegos, pero son hechos rigurosos e inmodificables para nosotros. El futuro, por el contrario, nadie lo ha predeterminado aún. Todavía no existe. Es un lienzo en blanco. En ese sentido, el futuro es espacio de libertad, y al mismo tiempo un lugar donde es posible ejercer nuestra cuota de poder, asociado a la voluntad.
El futuro depende de lo que hagamos en el presente. El desarrollo humano exige estar vinculado a la idea del bien público y su construcción es una responsabilidad del conjunto de la sociedad. Lo público se configura en las relaciones entre los actores sociales. Es necesario abordar la reconstitución y resignificación de lo público, como un lugar simbólico de la sociedad. Pero también como espacio material de participación, de construcción de alianzas y elaboración de propuestas. Entonces, ¿por qué pensar el futuro apenas con las imágenes que nos acompañan del pasado? ¿Por qué apoyarnos solamente en nuestras experiencias y no darle lugar al pensamiento creativo y a la construcción de escenarios que atiendan a las nuevas variables que surgen de los estudios y análisis del futuro?
Agustín Merello, periodista español, comenta: "Estamos en realidad impregnados por una mirada positivista de la ciencia que, basándose en una pretendida rigurosidad metodológica, ha menospreciado el valor de los sueños". La imaginación y las utopías han visto reducidas la verdadera dimensión de su aporte. Tan imprescindible para construir el futuro deseado.
Se trata de volver a darle a la creatividad y al pensamiento utópico el sentido genuino del que están imbuidos: dinamizar la acción del presente y dirigirla hacia un mañana, demandado colectivamente. Es la manera de dotar al presente de una orientación que permita crear el futuro antes que padecerlo como algo que se nos impone y que resulta prácticamente inevitable. Significa también asumir el protagonismo que nos corresponde como sujetos de nuestro propio destino y de nuestro propio desarrollo. Agrega Merello: "La prospectiva es primero un acto de imaginación selectiva y creadora de un polo deseado, luego una reflexión sobre la problemática presente (para confrontarla con la deseada). Y por último una articulación ensambladora de las pulsiones individuales para lograr el futurarable (futuro deseable)".
Termino citando al director del Centro de Pensamiento Estratégico y Prospectiva de la Universidad Externado de Colombia, el profesor Francisco José Mojica: "El gran reto de la prospectiva está en romper el corto plazo, porque es fundamental ver hacia adelante".
La gran apuesta para todos los ciudadanos del mundo, es soñar, imaginar, prospectar y construir nuevos proyectos del país. Incluyentes, prósperos, justos, equitativos. Y con el liderazgo del Estado, integrar las propuestas de la sociedad civil, el sector productivo y la academia.
No podemos construir las naciones del mañana si dejamos que el encono, las mentiras, la violencia, las simulaciones y los engaños, sigan alimentando los torrentes sanguíneas de nuestro planeta. El futuro, sostiene la prospectiva, está en nuestras manos. Está en nuestra voluntad, en nuestra actitud, en nuestra libre decisión y en el uso adecuado de nuestras capacidades.
Dándole vuelta a la página en 1930, Sigmund Freud publicó El malestar en la cultura, uno de los textos más influyentes en el campo de la psicología y la filosofía, el autor expone sus ideas sobre la naturaleza humana, la sociedad y la cultura. Analiza las causas del malestar y la insatisfacción que experimente el ser humano en su vida en sociedad; sostiene que el individuo se encuentra en una situación de conflicto entre sus instintos y las exigencias culturales y sociales. Insiste en que los seres humanos nacen con instintos primarios agresivos y sexuales, pero la cultura y la sociedad establecen normas y restricciones que reprimen y controlan estos impulsos. El hombre o la mujer, por lo tanto, se encuentran en una situación de tensión constante entre sus impulsos y las normas culturales, lo que genera un malestar y una insatisfacción permanente. Argumenta que la cultura y la sociedad imponen limitaciones a la libertad individual, y señala que es necesario establecer estas restricciones para evitar el caos y la anarquía en la vida social.
Freud también habla sobre la religión y su papel en la cultura. La religión es una forma de sublimación de los instintos naturales, que permite al individuo canalizar su agresividad y sexualidad en forma socialmente aceptables. Sin embargo, la religión puede convertirse en una fuente de opresión y represión, ya que establece normas y restricciones muy estricta sobre la vida individual.
Después de leer el libro, denso como la nata, uno se queda como dice el poema de Serrat: "Sentado en un palo chupando una calabaza, sin saber muy bien que pasa" y tiene que reconocer que, según Freud, somos unos animales, peligrosos, brutos y calientes. Solo me salva ese concepto final del libro que habla del sentimiento Oceánico. Una sensación de plenitud interior que él dice casi imposible de alcanzar y que yo, encuentro en el amor, en las alegrías y en los momentos mágicos que me llenan la vida. Lejos de la visión más o menos pesimista del libro, mantengo firme mi apuesta por el cariño. Vendrán los puristas, ahora, a hablarme de endorfinas y oxitocinas y de otras hormonas de la felicidad, pues con todo respeto, me importan un comino en este momento.
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