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MOMENTO DE ACOTAR - Francisco Cabral Bravo
PALABRAS EN LIBERTAD, VIDA EN RIESGO
2023-01-30 - 19:42

FRANCISCO CABRAL BRAVO


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Desde la penumbra Lo que ha nacido morirá. Lo que ha sido reunido, será dispersado.


Lo que ha sido acumulado, será agotado. Lo que ha sido construido, será derrumbado. Lo que ha sido elevado, será rebajado.


Escribe Albert Camus: “Quienes rechazan el sufrimiento del ser y de morir, quieren entonces dominar”.


Esa sed de dominación, de poder del hombre sobre otros, sobre la naturaleza, sobre su micro universo, es ridículamente ilusoria. Fútilmente pasajera.


Una de las mayores paradojas de la existencia humana es que sólo nos podemos apegar a la impermanencia.  Aferrarnos a la vida llega a ser desgastante.


La duración de una vida es parecida a la aparición de un rayo en el cielo.


La vida se precipita como un torrente de agua fluyendo abruptamente de una montaña.


Solemos decir: “Como pasa el tiempo”; más la realidad es que el tiempo no pasa. El tiempo es como el cielo que siempre está ahí. Los que pasamos somos nosotros, como esas nubes de otoño.


Nada, absolutamente nada, posee el carácter de durable. La única ley en el Universo que no se encuentra sometida al cambio, es que todo cambia y que todo es impermanente.


En otro asunto, México es uno de los lugares más peligrosos para ejercer un periodismo libre, crítico, que se finca en uno de los pilares por los que más se ha luchado, la libertad de expresión.


Las estadísticas se subrayan y adquieren un tono dramático cuando nos enteramos acerca del asesino de alguien que forma parte de un medio en el que se cumple con la tarea de informar y, por ende, como sociedad, tengamos la posibilidad de formular cuestionamientos, de enterarnos acerca de lo que implican las decisiones económicas y políticas de quienes son parte de esa suerte de “casta todopoderosa” que tiene las riendas de los gobiernos federales, estatales y municipales.


Detengámonos un poco en el caso del Artículo 19, organización que toma su nombre a partir de ese mismo artículo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se plantea: “Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, este derecho incluye la libertad de sostener opiniones sin interferencia y buscar, recibir y difundir informaciones e ideas por cualquier medio y sin consideración de fronteras”.


¿Qué nos deparara el futuro?


Con el comienzo de este milenio y la llegada de los smartphones, el acceso a internet más rápido y la popularización de las redes sociales, vivimos en un ciclo acelerado de masificación de la tecnología, un crecimiento del comercio electrónico y una mayor participación ciudadana en el debate político. Incluso, en estos últimos años pandémicos, la población menos digitalizada se involucró mucho más.


No obstante, riesgos como la desinformación, hackeos, ciberacoso y fraudes han derivado en hartazgo, miedo y, especialmente, en una búsqueda por cambiar el esquema. Dice un proverbio que “los grandes cambios siempre vienen acompañados de una fuerte sacudida, no es el fin del mundo, es el inicio de uno nuevo”.


¿Viviremos en el metaverso? ¿Nos convertiremos en ermitaños digitales?


Sin intentar competir con el Oráculo de Delfos, podemos afirmar que veremos la pulverización de las redes y el fin de grandes monopolios; ante las fallas y desconfianza, muchos usuarios no sólo usan WhatsApp, sino Telegram y mensajes de texto. Lo mismo sucederá con Netflix frente a la enorme oferta de otras plataformas de streaming. Meta y, por lo tanto, Tik Tok y otras redes, cada vez tiene más restricciones para anuncios personalizados, ello derivará en que la publicidad masiva, sea comercial o en materia electoral, emigre a otros sitios y su poder disminuya. A todo ello, debemos sumar que los nativos digitales están creciendo: Facebook ha envejecido, pero no será el único. Por ello, el crecimiento de las “anti-redes” como Discord, BeReal, Mastodon y muchas más.


No cabe duda, las redes sociales ya no serán como antes.


La informática va de salida como ciencia rectora de los saltos tecnológicos habidos en múltiples campos durante el último medio siglo; su lugar lo ocupará la Inteligencia Artificial.


La informática (responsable del desarrollo de las computadoras, de las redes de datos y de los programas necesarios para manejar información de manera automática) va de salida como ciencia rectora de los saltos tecnológicos habidos en múltiples campos durante el último medio siglo; su lugar lo ocupará la Inteligencia Artificial (AI).


El avance científico y técnico es asombroso e, igual que hicieron la máquina de vapor y la electricidad, la AI modificará la manera en que las sociedades están colectivamente organizadas para trabajar y para distribuir lo que se produce.


La AI genera grandes preocupaciones éticas, es posible adelantar qué si los cambios que impondrá se dejan al “libre” juego mercantil, en ausencia de políticas públicas que tengan propósitos sociales claros, habrá más desigualdades, desempleo tecnológico y otros inconvenientes, como el ya reconocido menoscabo del aprendizaje, del razonamiento y de la creatividad de la inteligencia humana.


Aún si hubiera consenso mundial en normar la AI, se requiere más que un conjunto regulatorio para salvaguardar la visión humana ante los tremendos desafíos operativos y éticos de esa tecnología.


Todavía no se pueden anticipar todos los modos en los que la AI transformará nuestras vidas; es una herramienta a la que se le alimenta con datos para que tome decisiones, las cuales dependen de su “inteligencia” y de su capacidad de aprendizaje para hacerlo.


Al difundirse la AI entre las herramientas para el manejo de datos, por ejemplo, bancarios, médicos o policiacos, la AI será la que resuelva sobre solicitudes de crédito, de tratamiento médicos o de identificación policiaca.


 La tecnología de la AI no incluye valores éticos o morales. Tampoco la lógica mercantil, que el neoliberalismo ha liberado de toda consideración política y social, opera conforme a valores éticos o morales.


No hay exageración en considerar que el mayor avance civilizatorio que puede lograrse en este siglo XXI es un nuevo contrato social internacional que esté acorde a los grandes desafíos contemporáneos, al que se suma la utilización amplia de la AI.


Dice un dicho popular que “En política nada está escrito”.


 

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