Francisco Cabral Bravo
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Nadie da paso sin huarache, dicen los clásicos. Y eso resulta cierto. Durante mucho tiempo el temor al "México bronco", donde el tigre simbolizaba el caos, la ruptura del equilibrio social y un peligro concreto para todos, fue una constante que atemorizó a todos los mexicanos. De hecho, hace apenas 6 años, AMLO o después sí se considera los más de 18 años de campaña interrumpida, esta figura del tigre infundía miedo y señalaba un peligro inminente en la población. Hoy en día, sin embargo, parece que el tigre está domesticado, incluso pudiera dar la impresión de que se encuentra relegado y contenido en los sótanos del Palacio Nacional. Nadie teme ya su resentimiento ni sus acciones. Nadie saca el tigre con excepción de su domador. Todos han dejado de temerle al tigre.
En cambio, la política, no solo en México sino en muchos países, se ha transformado, no en el temor de lo que el tigre pueda hacer, sino en la amenaza de los exabruptos y el fuego que lanzan los dragones.
Estos signos de destrucción se manifiestan no solo en los ataques entre políticos, sino también en las campañas electorales, donde las explosiones retóricas han reemplazado a los zarpazos del tigre.
Es como si nos estuviéramos convirtiendo en dragones, respirando y viviendo en un mundo cada vez más incendiario. No pretendo emular la capacidad analítica de un profesional, aunque algo me dice que hemos pasado de tratar de evitar los embistes del tigre por conformarnos y empezar a acostumbrarnos con los alarmantes alaridos y bufidos llenos de fuego contenido del dragón en el que nos vamos convirtiendo las sociedades. Es verdad qué en nuestra sociedad, la política se está viendo afectada por el gran imperio del norte. En México ya no solo es un verdadero peligro ser periodista o ser defensor de la verdad, sino que también aspirar a un puesto público desde el cual se pueda mejorar la vida de los ciudadanos se ha convertido en una amenaza.
En México no deberíamos estar tan sorprendidos por cómo se están desenvolviendo las cosas.
Es aceptable utilizar diversas estrategias políticas como puede ser la retórica y la persuasión continuada a través de ofrecer todo lo que el pueblo necesita, pero lo que es inaceptable es recurrir a la violencia y la destrucción del orden establecido.
Mientras tanto, hace ya mucho tiempo desde que el autor de El arte de la guerra, Sun Tzu, escribió que lo primero que hay que hacer con los enemigos es quitarle cualquier posibilidad o esperanza de alcanzar el triunfo.
En medio de este predesfile político y dentro de este paseo de dragones, hoy más que nunca necesitamos líderes capaces de construir, no destruir.
En este tiempo en el que los zarpazos de tigres han sido sustituidos por las bocanadas incendiarias de los dragones, es hora de prepararnos y trabajar juntos para asegurar un futuro sin destrucción ni violencia política desmedida.
A propósito hay palabras que podrían quedarse grabadas en todas y cada una de las paredes de la memoria, bajo los subrayados de la perplejidad y el enojo que provoca el cinismo y la degradación. No es suficiente con escucharlas y clasificarlas para ubicarles en el anaquel de las simples ocurrencias consideradas como anécdotas que no tienen la menor importancia ni trascendencia. Quizá en esto último radica su existencia, pues se apuesta al olvido ya la eficacia de un aparato propagandístico que aceitara su maquinaria para que esas palabras se disuelvan en medio del fanatismo y la indolencia.
Basta un simple ejercicio de la memoria para darnos cuenta que, así como suelen recordarse los grandes discursos, también se conservan aquellas otras palabras que son la manifestación de la descomposición social, política y educativa que puede existir en un país. Y, en este sentido, plantear que ese discurso pernicioso es normal y habitual, es como determinar que ya estamos acostumbrados al cinismo de quien revela su naturaleza en cada una de sus letras. Lo cual, sin duda, no lo podemos olvidar.
Pero, al mismo tiempo, la tecnología se convirtió en posibilidades de contrarrestar el olvido. En efecto, ese olvido que, estratégicamente, ha sido la gran apuesta de la clase política mexicana.
La alternancia ha sido la manera que han encontrado los ciudadanos para castigar a los políticos y a sus partidos cuando los resultados de su gestión los han dejado insatisfechos. Y eso ha sucedido, como vemos a menudo.
En otro contexto analistas de organizaciones civiles especializadas se han ocupado del tema: el empleo de las Fuerzas Armadas en actividades del orden civil asignadas por el Poder Ejecutivo Federal, actividades que alejan a elementos de estas corporaciones de las funciones que regular y legalmente les corresponde realizar. Los analistas consultados han publicado y difundido sus trabajos prácticamente desde el inicio del gobierno de la 4T hasta hace unas cuantas semanas y opinan acerca de importantes aspectos del fenómeno al que algunos denominan "la militarización de la vida pública en México".
Su análisis, basado en datos y cifras concretos, muestra cómo ha crecido la participación de las Fuerzas Armadas desde 2019 hasta el presente en actividades propias de la atención y responsabilidad de los gobiernos Federal, estatales y municipales: y caracteriza el aumento del poderío económico y político de las Fuerzas Armadas como una violación a la Carta Magna y un peligro para las libertades individuales, los derechos civiles y la vida democrática del país.
El amplio abanico de las actividades militares va desde la construcción de las grandes obras del sexenio, pasando por la operación y administración de empresas estatales (por ejemplo, Mexicana de Aviación), hasta la coordinación de programas sociales, distribución de medicamentos y libros de texto, aduanas, es decir, interviene en el funcionamiento de diversas Secretarías de Estado, de estricta responsabilidad oficial, pero al mismo tiempo de carácter civil, como las de Educación, Salud y del Bienestar, tema discutido y criticado por su relación con el aspecto electoral.
Mencionan los antecedentes del fenómeno, la participación militar en actividades civiles en sexenios anteriores y su acelerado crecimiento hasta nuestros días; revisan la ley respecto a las atribuciones de las Fuerzas Armadas y también hablan de cómo se ha incrementado el poder económico y político de estas debido a la creciente asignación de recursos que la 4T les ha concedido y que sigue en aumento.
Finalmente, analistas advierten los grandes riesgos que existen en este proceso de militarización, hasta el grado de recordar que, en los gobiernos autocráticos de todo el mundo, detrás del dictador se hallan el ejército y las fuerzas armadas en general; que ésta es una característica inseparable de tales regímenes; la fuerza militar respalda y obedece leal e incondicionalmente al autócrata.
Para finalizar la antítesis de la política es la renuncia al diálogo, la opción de la confrontación como primera instancia y el desprecio de la realidad que enfrentan los ciudadanos.
No quiero utilizar el concepto de Estado fallido para caracterizar a México porque, a querer o no, nuestro país no cumple con muchas de las características de su definición. Es cierto que no tiene el monopolio de la fuerza legítima, que ha cedido en muchas partes del territorio al crimen organizado, pero no hay un vacío de poder, la legitimidad del gobierno no está en disputa y, aunque no tenemos una hacienda sólida, sería una exageración decir que el Estado mexicano "carece de capacidades y recursos para satisfacer las necesidades esenciales de sus ciudadanos". Hemos transitado por el camino a las instituciones frágiles, pero muchas de ellas subsisten y, aunque han sido sometidas a un desgaste brutal y deliberado, han resistido. La Corte, por ejemplo, ha sido un verdadero valladar a las ilegalidades.
De lo que sí se puede hablar es de un gobierno fallido. Hay cosas que ya no cedieron y no cederán en los próximos meses que le quedan al sexenio.
Tres de las más graves son la violencia, la corrupción y la impunidad.
La violencia, en todas sus formas, afecta la integridad física y patrimonial de cada vez más personas. No son solo los más de 180 mil homicidios que van en el sexenio, que ya de por sí son escandalosos para el país. Los delitos cometidos por el crimen organizado incluyen masacres, enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y el Ejército, motines en las cárceles, secuestros, extorsiones, levantones, cobro de derecho de piso, huachicoleo, producción y distribución de drogas sintéticas y lavado de dinero. El clima de inseguridad, aunque todos los días sea minimizado, afecta a las personas en su vida cotidiana.
La aguja de la corrupción no se ha movido ni un grado. Según todos los reportes nacionales e internacionales, la corrupción sigue siendo sistemática, costosa e impune.
Al igual que con el crimen organizado, no hay distingo entre estrato socioeconómicos ni entre gobierno y sociedad. Además de costarle al país miles de millones de pesos, a las personas, otra vez, comunes y corrientes, les cuesta una buena proporción de sus ingresos.
Lo mismo ocurre en el ámbito de los negocios y el pequeño emprendedurismo. Más de 25% de las personas que iniciaron sus trámites para abrir una empresa fueron víctimas de corrupción. En palabras llanas, se les cobró dinero para poder hacer el trámite.
Un verdadero gobierno fallido por donde se le mire.
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