Sergio González Levet
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La de por sí bastante cara compañía Cinépolis está haciendo un cambio sustancial en la forma en que vende las entradas a sus salas. Poco a poco ha ido automatizando las taquillas, de modo que los muchachos que vendían los boletos irán desapareciendo para dar lugar a kioskos de venta directa con pago de tarjeta de débito o de crédito.
Con esa medida, Cinépolis se ahorrará una muy buena cantidad en sueldos de sus empleados, que serán seguramente despedidos en condiciones ventajosas para la empresa. Y la reducción de personal tiene un ahorro adicional, porque los empleados presenciales consumen luz, agua y otros insumos. Así que por donde se le vea, esos cineros van a aumentar aún más sus fabulosas ganancias, fruto de los precios elevadísimos que les permite la autoridad en sus taquillas y en sus dulcerías.
Vea usted: una bolsa de palomitas grandes y dos refrescos de un litro cuestan ni más ni menos que 260 pesos, es el famoso Combo Cuates, el producto más vendido. Es decir, te dan 285 gramos de palomas y 2 litros de refresco, que tienen un costo de producción de unos 60 pesos, y logran una ganancia de tres veces su valor inicial.
Y así todas las ricuras llenas de grasa y los productos vacíos de nutrientes que son la delicia de los niños y los adultos (de las salchichas y su elaboración mejor ni hablamos).
Y la entrada no es nada modesta: de acuerdo con la sala, va de 60 hasta 180 pesos por persona, lo que ya es oneroso.
Peeeero, resulta que a los empresarios cinepoleros se les ocurrió cobrar una comisión por el uso de los famosos kioskos. Así que paga usted con su tarjeta, le cobran el precio de las entradas, ¡y una comisión extra de seis pesos por boleto!
Las leyes de protección al consumidor señalan que es ilegal cobrar comisiones por el uso de las redes en la venta de boletos y de cualquier otro producto. Pero los señores de Cinépolis se pasan por el arco del triunfo esa normatividad y están cobrando seis pesos más por unidad, lo que significa millones de pesos adicionales de ganancia a la semana. Seguramente se les ocurrió esta estratagema con el fin de que sus sufridos consumidores terminaran pagando el costo de la modernización de sus puntos de venta.
¿Y la Profeco? Bien, gracias.
El cine es uno de los entretenimientos que más disfrutan los mexicanos de todas las clases, pero ir a Cinépolis se ha vuelto prohibitivo. Entre los caros precios y los fraudes semiilegales, termina una familia de cuatro personas pagando más de 600 pesos por unas mugres palomas, dos refres y las entradas.
Si se enterara el Patriarca, seguro nos aconsejaría que no seamos aspiracionistas y que nos conformemos con ver películas viejitas en la casa.
Pero él está muy ocupado en otras cosas igual de inútiles.
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