Francisco Cabral Bravo
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Rocío Nahle avanza en el tablero que tiene, no en el que la tribuna quisiera. Y al correr de las semanas su figura se consolida.
En la transición, públicamente Norma Rocío corre en al menos dos pistas, escenarios en los que cada uno de sus actos está expuesto a todo tipo de interpretaciones de la comentocracia (que incluye a las voces abiertamente morenistas y a que los guindas de clóset).
En las campañas suele ocurrir que las multitudes estrujan a quien sostiene la candidatura. En estas inéditas giras, la candidata triunfante toma plena conciencia de la herencia que recibe: una expectativa recargada, un compromiso de cumplirle a Veracruz.
Rocío Nahle tendrá un gabinete de transición al irá quitando piezas en la medida que las coyunturas se lo permitan.
Ella está acostumbrada a resistir y luego imponerse. Tiene la energía para ello. Y lo está demostrando.
En una de mis recientes columnas reconocí de la gobernadora electa Norma Rocío Nahle García, por seleccionar a algunos de los miembros de su gabinete basándose en su conocimiento, experiencia y preparación, encontraste con la tendencia de priorizar la popularidad de los servidores públicos. Este enfoque podría representar un cambio positivo hacia una administración más técnica y menos influenciada por la imagen pública. Además el uso de la imagen pública como herramienta política ha tenido repercusiones en la toma de decisiones gubernamentales.
En diversas partes del mundo, la popularidad mediática se ha convertido en una cualidad valorada en la política.
Hago un llamado a la gobernadora electa Norma Rocío Nahle, para que priorice la preparación y competencia de los servidores públicos sobre su popularidad, asegurando así que el gobierno se concentre en las necesidades reales de Veracruz.
La política debe estar al servicio de la sociedad, no de la imagen pública de sus líderes. Es hiperactivo que se construya una administración basada en la eficiencia, la transparencia y el compromiso genuino con el bienestar de todos los ciudadanos.
En otro contexto lo más normal, es que, cuando una fórmula y las estrategias funcionan, se decida no cambiar nada de aquello cuyos resultados están más que probados. Así lo han demostrado las tradiciones y costumbres de la de cortesilla política que, durante décadas han ocupado lugares de privilegio en la administración pública. Y no se trata de hablar acerca de esa caprichosa simbiosis que suele establecerse entre la longevidad, el poder político y las dulzuras del presupuesto, sino de aquello que, justamente, lo hace posible.
En ese sentido, los cambios de sexenio suelen ser tan relevantes como, al mismo tiempo, un escenario para esa especie de teatro del esperpento en el que sus personajes suelen mostrarse como una colección de absurdos y tragicómicas caricaturas de aquello que, en otros tiempos, solía conocerse como honorabilidad. Y es posible que esto pueda entenderse bajo una lógica muy sencilla que, como siempre, suele resumirse en algunas de las frases populares con las que solemos descubrir ese doloroso camino, existencial y metafísico en el que ciertas heroínas y héroes del mundillo político suelen embarcarse, más allá de sus principios y su frágil humanidad, para librar esa batalla por construir país y un mundo cada vez más justo, en el que la transparencia en las decisiones del gobierno sea cada vez más evidente, en el que no exista ningún tipo de corrupción, que sean adalides de una educación referente de Progreso científico, tecnológico y claro, erigirse, como faros en su lucha contra el crimen organizado sin una militarización de la vida pública. Vaya, ante el cumplimiento sin excusa y cabalidad de sus obligaciones no hay manera para agradecerles el inigualable trabajo que han realizado durante los últimos cien años.
Los dados están echados y, claro, ya sabemos en qué han terminado los puritanismos a lo largo de la historia.
En otro orden de ideas, el poeta, ensayista, historiador y crítico de arte Miguel Ángel Muñoz, egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), maestro por el Instituto José María Luis Mora y diplomado en la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) realizó un escrito dividido en dos secciones e integrado por ocho ensayos, con 47 entrevistas realizadas a historiadores, antropólogos, filósofos, lingüistas, poetas, críticos literarios, dramaturgos y narradores en general, que definió como un conjunto de registros de memoria colectiva, en donde hay referencias históricas y formales con textos de carácter puntual que van más allá de La retórica.
De tal forma que las conversaciones con Leopoldo Zea, Ricardo Guerra, Fernando Salmerón, Miguel León-Portilla, Antonio Rubial, Joaquín Galarza, Luis Villoro, Gutierre Tibón, Josefina Zoraida, Álvaro Matute y Alfredo López Austin contribuyeron a la trama argumentativa del historiador, del filósofo y del lingüista, y son los creadores de un registro fundamental en la historia de México.
“El hombre es la palabra encontrada. Existe para ser consciente de ella y para expresarla”. Fiódor Dostoyevski. (1821-1881).
En lo tocante al Elogio de la memoria, Octavio Paz (1914-1998) se define como un entendedor de la historia, del arte dentro de los límites de una traducción occidental de la que absorbe los argumentos y, en cierto momento, la metodología, él era un artista creador de imágenes, que tiene una historia condensada a lo largo del tiempo, su gran enseñanza se resuelve en el aprendizaje de la mirada “ver es un privilegio y el privilegio mayor es ver cosas nunca vistas” (Paz, 1994).
Hegel (1770-1831) lo estableció con claridad en sus lecciones sobre la filosofía de la historia universal al decir que el fundamento último de la acción es la libertad, a partir de ella puede entenderse el ser hombre y el desarrollo de la ética o de la política. La literatura es una fuente inagotable de conocimiento, experiencias y perspectivas, representando un papel crucial en la expresión de la riqueza cultural de una sociedad.
En relación a Ricardo Guerra (1927-2007), manifestó que la tarea del filósofo es descubrir el sentido profundo del ser del hombre, por lo que lo llevó a analizar los problemas de la ética, de la libertad y la crisis de la modernidad, realizó una serie de ensayos al estilo de guía para orientar la búsqueda en cuestiones que han sido esenciales para el desarrollo del pensamiento en nuestra época, y que permiten comprender la crisis actual, y sostiene que hay un movimiento filosófico que, poco a poco, se afirma y constituye como el camino del pensar en el cambio de siglo como grandes temas asume la libertad en la política, la religión, la economía y, sobre todo, en la filosofía, ya que este es el origen mismo y como la condición de posibilidad.
En otro contexto como lo he comentado en este espacio y volvemos a insistir amable lector la verdad que se omite es que la Constitución necesita cambios mayores para volver a servir como instrumento constitutivo de la nación, como el factor de identidad, de cohesión social y de legitimidad del poder.
Hace ya varios sexenios que la Constitución dejó de servir como medio para hacer perdurables los objetivos de desarrollo que la sociedad pudiera reconocer como propios con los que se identificará y que a su vez legitimarán el ejercicio del poder.
Tuvo esas cualidades mientras los cambios que se le hacían satisfacían los derechos individuales, sociales y colectivos, y mejoraban las garantías de la justicia legal.
A partir de los años ochenta, cuando el salinismo adoptó todos los aspectos económicos del neoliberalismo, excepto los de carácter democrático, la Constitución se fue reformando subordinada a ese modelo verdaderamente polarizante con lo que, además, desdibujó cualquier idea de Estado nacional coherente.
La Constitución dejó de ser la expresión de los ideales populares y se volvió un Franco y descarado instrumento del poder diría Diego Valadés, connotado constitucionalista, que se convirtió en “la expresión de intereses cupulares” “en un instrumento del poder”.
A partir de entonces, cada sexenio dejó la huella de su paso por el poder en la Constitución, rebajándola a Los criterios coyunturales que exigía el neoliberalismo.
México necesita que gobierno y oposición colaboren en conformar una Constitución que sea representada, que ofrezca una transformación de régimen para afianzar la democracia y llenar vacíos de gobernabilidad, que permita el desarrollo de la economía del mercado con efectiva regulación, que entusiasme y motive a la mayoría de la población.
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