Amadeo Palliser Cifuentes / Barcelona
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Pepe Rubianes, en su espectáculo ‘Rubianes, solamente’, iniciaba su monólogo diciendo ‘(…) ¡querido público, gracias por su asistencia! debo decirles que han estado muy acertados al tomar la sabia decisión de venir a verme (…)’. Y esa me parece una buena síntesis de la situación actual, basada en el olvido, la desmemoria, el presentismo egoísta; y sobre este tema seguidamente traslado unas observaciones.
Y más adelante, el magistral José Rubianes Alegret (Pepe Rubianes, 1947 – 2009), en ese monólogo decía:
‘(…) yo, yo, yo y requeteyo y lo tomas o lo dejas … lo dejan, lo dejan, como ellas van a la suya. Incluso si voy a cenar con mi novia a un restaurante ¿sabes?, y estamos cenando tan ricamente, si ella va al baño, yo me ceno lo de ella: ¡o se mea o se cena, a mi que no me jodan, oye! ¡o salimos a mear o salimos a cenar, coño, pero que me lo diga, que me lo consulte, hostia! Yo no soy un calzonazos, tengo mi ego…’
(https://search.app/drdgrGjcr2CwijdDA)
Me parece que todos coincidimos que las principales características de nuestro tiempo, al menos en el mundo occidental, son el egoísmo, y que nos limitamos a vivir nuestro presente; por eso me parece interesante que repensemos un poco al respecto.
Es evidente, asimismo, que el olvido tiene un aspecto terapéutico, pues sería invivible tener una memoria perpetua, por eso, superar el duelo tiene una función psicológica positiva, para afrontar el futuro a pesar de las duras pérdidas; ya que quedarse anclado en la negación y no aceptación de la pérdida, acabaría en una situación patológica. A nivel personal e individual, debe ser así y eso no comporta el olvido, está claro.
Asimismo, a nivel social, tenemos la obligación de conocer nuestra historia, la de nuestra colectividad, y no olvidar a las personas que sacrificaron sus vidas para que podamos ‘disfrutar’ del momento presente.
Todo esto viene a cuento a una visita que efectuamos hace un par de días, a la antigua central térmica ‘las tres chimeneas’ de Sant Adrià de Besòs, en el marco de la bienal europea Manifesta 15, que se realiza en diferentes localidades barcelonesas. Y gracias a esa bienal, por primera vez, se ha abierto al público esta macroinstalación (torres de 200 metros de altura), situada en el margen izquierdo de la desembocadura del río Besòs, y visible desde buena parte de la ciudad de Barcelona.
Esa central térmica, construida por Copisa, en la década de 1970, puso en funcionamiento la primera fase en 1973, y la segunda en 1976; y fue clausurada, definitivamente, en 2011.
Esa central llegó a tener una plantilla media de 900 personas, si bien, por lo visto, en determinados momentos fue muy superior, ya que se citan 1733, entre obreros de la propia central y obreros de la construcción, en el momento de la instalación de la segunda fase.
La estructura realmente es impresionante; las obras de arte contemporáneo expuestas en esa bienal, prefiero no comentarlas, ya que mis gustos y criterio sobre el particular, no tienen interés. Pero me impresionó la exposición de fotografías, carteles y vídeos, en los que se muestran diferentes aspectos de su historia, que yo había olvidado, y no recuerdo si, en algún momento, llegué a tener plena consciencia de los problemas sociales que comportó esa central térmica.
Entre los aspectos más impresionantes, se comentan las lluvias negras originadas por esa central, y que respiraron todos los trabajadores y vecinos de Sant Adrià del Besòs y de Badalona; lluvias que durante décadas ensuciaban la ropa tendida, los coches, etc., pues lo invadían todo, si se abrían las ventanas para ventilar las viviendas. En la exposición se muestran diferentes fotografías de manifestaciones de ‘las amas de casa contra el polvillo negro’.
Además, esa central enviaba agua caliente al mar, con el consiguiente daño ecológico.
Pero el aspecto más impresionante, a mi modo de ver, son las referencias a las repetidas huelgas y manifestaciones de esos trabajadores, tanto por reivindicaciones de la propia gestión laboral, como por solidaridad con diferentes aspectos políticos y sociales barceloneses.
Y sobre el particular, se destaca al obrero Manuel Fernández Márquez (1946 – 1973), que murió de un tiro de la policía franquista, durante una huelga en la construcción de la propia central.
En el momento de su asesinato, Manuel llevaba solo 3 meses trabajando en la central, antes había trabajado en las minas de Fígols (Berguedà), junto a su padre y su hermano, todos ellos llegados de Villafranca de los Barros (Badajoz)
Según se explica, en abril de 1973, los trabajadores hicieron unas demandas de mejoras laborales y, para presionar, hicieron unos paros y ocuparon los comedores.
Las demandas fueron: un aumento lineal para todos de 4000 pesetas al mes; 40 horas de trabajo semanales de lunes a viernes (en lugar de las 56 que hacían); pago del 100 % del salario real en caso de enfermedad, accidente o jubilación; 3 pagas extraordinarias de acuerdo con el salario real; contrato fijo a partir de los 15 días de trabajo de prueba; anulación de los contratos firmados en blanco; 500 pesetas mensuales de ayuda escolar a los hijos de 4 a 16 años; 30 días de vacaciones pagadas; botas de seguridad; vestuarios y duchas en condiciones; derecho de reunión; etc.
La empresa, en ningún momento reconoció los representantes de las organizaciones sindicales elegidos por los obreros, pues los sindicatos eran clandestinos. (Entre esos representantes estaban Manuel Pérez Ezquerra, Antonio Jiménez y Miguel Guerrero, que, tras el juicio efectuado por el tribunal de orden público (TOP) por esa huelga, se les pidió prisión entre 12 y 20 años).
La empresa respondió con una sanción de suspensión de trabajo y sueldo durante 5 días a todos los trabajadores, y colgaron en las diferentes puertas, unos carteles informando de esa sanción.
El martes 3 de abril, cuando los trabajadores llegaron al trabajo, se encontraron las puertas cerradas y la presencia de la policía nacional, reforzada por una brigada de antidisturbios llegada de Valladolid, la central estaba rodeada de furgonetas, policías a caballo y guardias civiles en las torretas de la central.
Los obreros intentaron entrar, pero sólo les dejaban entrar de cinco en cinco, por lo que se negaron. Algunos cortaron las vías del ferrocarril de Rodalies (cercanías); en aquel momento cargó la policía a caballo, hizo tres cargas, la primera disparando al aire, y después, a la tercera, directamente a los trabajadores, que huyeron en todas direcciones.
Los tiros causaron la muerte de Manuel Fernández Márquez, y múltiples heridos, como Serafín Villegas Gómez, que recibió un tiro en el cuello.
Manuel Fernández fue enterrado en el cementerio de Pomar en Badalona, acompañado de una multitud de compañeros. En el momento en que uno de los compañeros leía el poema de despedida que le había dedicado, titulado ‘Murió por gritar’ (texto que reproduzco más abajo), la policía volvió a cargar, dispersando a los asistentes.
Esos hechos provocaron una gran solidaridad por parte del Colegio de Abogados de Barcelona, universitarios de diversas facultades, intelectuales, políticos representantes sociales de diferentes barrios, trabajadores de muchas empresas (Siemens, Pegaso, Fecsa, Bultaco, Hispano Olivetti, la Maquinista Terrestre y Marítima, Seat, etc.) Muchos de esos paros fueron fuertemente reprimidos por las fuerzas del régimen, produciéndose múltiples detenciones y encarcelamientos. Y, como sabemos, en la comisaría de policía de Vía Laietana, que todavía en la actualidad el gobierno más progresista de la galaxia, se niega a cerrar, se efectuaban todo tipo de torturas.
El cardenal Narcís Jubany hizo público un comunicado rechazando la violencia policial; el abad de Montserrat hizo una homilía al respecto.
Y, evidentemente, la manifestación del 1 de mayo siguiente, convocada en Sant Cugat del Vallès, tuvo una gran participación.
En el año 2003, el 30 aniversario del asesinato de Manuel, la población de Sant Adrià del Besòs le dedicó una calle, en el barrio de la Mina. Y la escuela de adultos de ese barrio, también lleva su nombre.
En uno de los carteles que hay en esa exposición memorialista, se puede leer:
Compañero nuestro:
Martes, 3 de abril de 1973,
este día murió Manuel Fernández Márquez,
obrero.
Pero no de cansancio,
como morimos muchos,
pero no de accidente de trabajo,
como seguimos muriendo,
pero no de hambre y de miedo,
como quisieran que nos muriésemos.
Murió por gritar
que no quería morir por nada de eso
murió por decir:
que yo soy yo y mis compañeros.
Murió porque el único argumento
de nuestros opresores
se le incrustó en el cuerpo.
Ese martes,
ese 3 de abril teñido de sangre
asesinaron a Manuel Fernández Márquez
compañero nuestro.
(El autor de esta poesía es un obrero de la Térmica de San Adrián del Besós)
En la exposición se puede ver, asimismo, información de la Central Térmica del Besòs, también ubicada en Sant Adrià del Besòs, y muy próxima a la anterior, construida por la compañía Catalana de Gas y Electricidad en 1913, y que sigue en funcionamiento.
Entre esa información, figuran fotografías y la lista del personal afectado por el bombardeo de la central térmica el día 13 de noviembre de 1938, efectuado por la aviación fascista:
En esa lista figura el nombre y domicilio de 13 obreros fallecidos en las instalaciones, 2 tras ser ingresados graves en centros hospitalarios, otros 7 heridos hospitalizados en Badalona, y 8 heridos que siguieron trabajando. Informe firmado por el comisario político del departamento, el 15 de noviembre de 1938.
Es evidente que los fascistas no tenían, ni tienen, ningún tipo de ética, y querían hacer el mayor daño posible, no sólo a las instalaciones, si no, también a los obreros y a la ciudadanía en general. Y eso lo muestran los bombardeos efectuados en múltiples ciudades y, también, las mencionadas cargas policiales efectuadas, disparando contra los manifestantes.
Y actuaciones de diferentes poderes, igualmente amorales, los vemos a diario, con las matanzas de civiles en Gaza, Líbano, etc.; pero las vemos de forma automática, y ya no les prestamos atención.
Ayer, en las negociaciones con el gobierno de Pedro Sánchez, para intentar limitar la ley mordaza, uno de los aspectos que consiguieron, es la eliminación progresiva de las pelotas de goma por parte de la policía (en Catalunya están prohibidas, pero, claro, la policía nacional y guardia civil siguen utilizándolas, como vimos en el 2017) Y hoy, uno de los sindicatos policiales, próximo a Vox, ha comunicado que, de no haber podido disparar balas de goma en las manifestaciones del día del referéndum, hubiesen habido entre 70 u 80 policías muertos. Vaya desvergüenza.
Pues bien, sé que estas microhistorias podemos encontrarlas en muchos lugares, con mayores o menores diferencias, ya que, por desgracia, no son exclusivas.
Y de forma individual, esas historias particulares, no tuvieron una incidencia fundamental, pero, todas juntas, en su respectivo y concreto contexto histórico, conformaron y conforman la gran historia que el poder, los poderes, quieren que olvidemos, que desconozcamos.
El término olvidar, etimológicamente, tiene su origen ‘oblitus’ del verbo latino ‘oblivisci’ (pérdida de memoria); y me parece interesante señalar que Lete era la diosa que personificaba el olvido; y, en la Teogonía del poeta griego Hesíodo (s. VIII a.C.) se dice que:
‘La maldita Discordia (Eris) parió a la dolorosa Fatiga (Ponos), al Olvido (Lete), al Hambre (Limos) y a los Dolores (Algos), por los que se llora’
Es decir, que la discordia (simbolizada por la mítica diosa griega Eris), provoca celos y envidias; sus hijos fueron: ‘Disnomina’, que representa el desorden civil y la ilegalidad; ‘Ponos’, la pena; ‘Lete’, el olvido; ‘Horcos’, el juramento.
Por todo lo expuesto, me parece que no debemos caer en la trampa del poder, de los diferentes poderes, que provocan nuestra discordia, desencadenante de nuestro olvido, más o menos interesado por nuestro egoísmo, como señalaba Rubianes.
Así, los poderes, provocando nuestra desmemoria, cierran su circulo vicioso y entierran sus vergüenzas; y, por nuestra parte, comprando su relato, no nos sentimos afectados por la falta de responsabilidad histórica, y podemos seguir viviendo placenteramente con la calidad de vida que nos permiten, siempre que respetemos el orden que nos tienen establecido.
Hace unos días, circulando por la autovía del Nord Est, vimos la escultura de Indíbil, una figura de hierro, de 15 metros de altura, construida en 1992, cercana a Sidamon (Pla d’Urgell, Lleida), que representa la unión entre el mundo de la construcción y el campesino.
Indíbil (258 a. C. – 205 a.C.) y Mandonio (también muerto en 205 a.C.) fueron unos líderes (el primero de la tribu de los ilergetas, el segundo de los ausetanos) aliados de Cartago, autores de una revuelta contra la república romana, durante la segunda guerra púnica (Roma contra Cartago, 218 a. C. – 201 a.C.) El general romano Cornelio Escipión y su hermano Cneo, cruzaron el río Ebro, y derrotaron a los sublevados tras una gran matanza, y sus líderes crucificados.
Indíbil y Mandonio, si bien algunas fuentes los hacen hermanos, en realidad estuvieron unidos familiarmente, tras casarse uno de ellos con una hermana del otro.
Pues bien, podemos limitarnos a criticar o elogiar la mencionada estatua, recordando, mínimamente, la referencia a esos líderes, o, ser conscientes de nuestra larga historia, siempre reivindicativa, como el caso del mencionado Manuel Fernández Márquez, y muchos ejemplos más.
Si optamos por la primera opción, seremos dóciles y viviremos ‘felices comiendo perdices’, y podremos seguir con el ‘yo, yo, yo y el requeteyo’, mencionado.
Mientras que, si nos inclinamos por la segunda opción, más sacrificada, constataremos que, a más saber, a mayor conocimiento y mayor dignificación de nuestros múltiples héroes en todos los órdenes y niveles (por ejemplo, desde Indíbil y Mandonio, hasta Manuel Fernández Márquez, que vino a Catalunya y murió por nuestros derechos), más insumisión al poder central y a sus representantes, pues, como dijo Sócrates (470 a.C. – 399 a.C.): ‘el conocimiento nos hará libres’.
En definitiva, y siguiendo con Pepe Rubianes, o salimos a mear o salimos a cenar, pues, aunque puedan realizarse ambas acciones, me parece que es una buena metáfora, para concluir este escrito.
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