Amadeo Palliser Cifuentes / Barcelona
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Las épocas de tránsito, de ‘impasse’, suelen caracterizarse por pensamientos recurrentes sobre lo ocurrido y, además de generar estrés, pueden comportar consecuencias emocionales como el miedo, la ira, la tristeza, la apatía, etc., como intento explicar a continuación.
Efectivamente, tras el referéndum del 2017, los independentistas catalanes estamos viviendo, malviviendo, un periodo transitorio, en el que implícita y explícitamente, seguimos bajo el yugo del ‘golpe de estado’ efectuado por y desde el propio estado, para aniquilarnos. Para ello, aplicaron de forma abusiva e indebida, y también de forma anticonstitucional, el artículo 155 de su constitución que dicen defender los autodenominados constitucionalistas.
Y sus consecuencias son explícitas, como la continuidad de la represión contra muchas personas significadas en su momento y, especialmente, por la inaplicación de la ley de la amnistía por parte de un poder judicial, fundamentalmente de ideología neofranquista, alineado con el golpismo mencionado; y, en definitiva, tenemos unos líderes que siguen inhabilitados para ejercer su función, y otros que deben mantenerse exiliados.
Asimismo, las consecuencias implícitas, que todavía son peores, si cabe, son la autocensura, la autocastración, la desmotivación, etc.
Dada esta situación, con un pensamiento objetivo y neutro, ¿alguien puede considerar que la situación actual es normal, está normalizada? Me parece que nadie, mínimamente ético y moral, puede responder de forma positiva a esa pregunta.
Por eso, Pedro Sánchez y Salvador Illa, corresponsables de la represión, y que ahora pretenden autoerigirse y autoproclamarse como los adalides de la normalización de la convivencia, son los menos indicados para revertir la situación actual.
Pero esos personajes no tienen el menor pudor, como vemos, pues, en realidad, están realizando todos sus esfuerzos para españolizarnos a los catalanes y, a tal fin, la españolización de nuestras instituciones es fundamental.
En ese sentido, hemos visto el interés de Salvador Illa (155) incorporando la bandera española en la antesala de su despacho; recibiendo al rey e ir a visitarle, para mostrar su excelso vasallaje; y hoy hemos sabido que asistirá a la apertura del año del poder judicial; y, no me extrañará verle el próximo 12, el día de su ‘hispanidad’, acompañando a su jefe Sánchez, en el desfile del ejército español en Madrid; etc.
Y ese objetivo de ‘normalización’, ha sido expresado de forma repetida por Illa; pero, claro, esa normalización sólo la entiende y entienden, de forma unilateral, mediante la aceptación de su tesis españolista, de su credo, que aplican dogmáticamente, como declarados talibanes. Ese es el objetivo de ‘pasar página’, que tanto expresan los represores mencionados (Sánchez e Illa), pues nos quieren ‘vencidos, derrotados y … rendidos’.
Por eso, oír ayer a Salvador Illa, en el debate de política general en el Parlament de Catalunya, comentar que ‘quería ser un buen gestor’ y que ‘tenía la mano abierta a todos los que tengan un espíritu constructivo’, únicamente puede ocasionarnos vergüenza.
Por todo eso, me parece muy adecuada la editorial de hoy de Vicent Partal, titulada: ‘Un debate violentamente adulterado en el Parlament de Catalunya’, por las consecuencias señaladas, y que Partal apunta con gran detalle:
‘(…) es un parlamento violentamente adulterado también en la forma. Las sillas vacías del president Puigdemont y de Lluís Puig. La presencia en la tribuna de invitados -y no en sus escaños- de Jordi Turull y Marta Rovira. La ausencia total de Oriol Junqueras. Unas elecciones adulteradas han dado paso a un parlamento adulterado (…) y por eso, ayer, básicamente, vivimos una distorsión ostensible del funcionamiento democrático (…) y la limitación de esta representación compromete manifiestamente la legitimidad del proceso deliberativo y la pluralidad de las decisiones’
(Vilaweb, 9 de octubre del 2024)
Todos son y somos conscientes de que el problema relacional entre España y Catalunya, nunca podrá solventarse mediante la fuerza bruta, ni la subliminal, del poderoso y corrupto reino español.
Por eso, intentar dar una imagen de normalidad, traicionando los sentimientos de los nacionalistas catalanes (pues esto es lo que pretende Illa (155) ‘normalizando las relaciones con los poderes españoles y españolistas), y, a la vez, intentando olvidar el sentimiento independentista, es una clara muestra de su interesado y manipulador relato, ajeno a la realidad, pues, como expresó Augusto Monterroso Bonilla (1921 – 2003) en su mini relato: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’.
Dada esta situación, constatamos que el reino español nunca ha tenido, ni tendrá, estadistas, políticos con formación humanista, visión histórica y proyectos estimulantes; por eso, es iluso confiar en posibles resultados positivos fruto de negociaciones bilaterales o multilaterales.
Si realmente queremos ser independientes, deberemos conquistarla, democrática y pacíficamente, pero de forma contundente.
Pero, en este momento de tránsito en el que nos encontramos, y con el caldo de cultivo españolista, es comprensible que muchos sintamos y expresemos apatía, desgana, desánimo, desaliento, etc.; pero, con carácter general, eso no comporta desinterés ni indiferencia, y es preciso puntualizarlo.
Esa apatía debida a nuestra frustración y al orgullo herido desde el 2017, está enmarcada, asimismo, por la constatación de que, en todos los órdenes, el reino español no es más que un fraude, pues:
La corona Borbónica española está sustentada por diferentes trampas y engaños:
En su origen:
‘El 14 de setiembre de 1709, en Toledo, murió Luis Manuel Fernández de Portocarrero – Bocanegra y Moscoso, arzobispo de Toledo y cardenal primado de la Corona castellanoleonesa, que había sido virrey de Sicilia y consejero de estado durante el reinado de Carlos II, el último Habsburgo hispánico.
Precisamente, la incapacidad de Carlos II para engendrar descendencia le llevaría a asumir un papel muy destacado en la corte de Madrid. A principios de 1696, se posicionó a favor de la elección de José Fernando de Baviera, un niño de cuatro años que era nieto, por línea materna, de Leopoldo I de Austria y, por lo tanto, nieto de Carlos de Habsburgo, el futuro candidato al trono hispánico durante la Guerra de Sucesión (1701 – 1715).
Pero la prematura, inesperada y sospechosa muerte del infante heredero José Fernando (Bruselas, 6 de febrero de 1699) abrió la caja de los truenos en la corte de Madrid.
Y en aquel momento, Portocarrero resultó la cara visible y el líder indiscutible de un movimiento cortesano proborbónico que, hasta entonces, se había movido en la clandestinidad.
Portocarrero proclamó que Felipe de Borbón, el futuro Felipe V, era la mejor garantía para preservar la integridad territorial del edificio político hispano, y, entre febrero y octubre del 1699 articuló un poderoso partido borbónico en la corte. Este poderoso partido se articuló con la ayuda financiera de Versalles, que invirtió gran cantidad de dinero en la compra de voluntades.
El 28 de abril del 1699, dos meses y medio después de la muerte del heredero José Fernando, Carlos II firmó un nuevo testamento, en este caso a favor de su pariente austríaco, Carlos de Habsburgo.
Portocarrero reaccionó provocando una rebelión popular en Madrid, llamada ‘el motín de los Gatos’, que reivindicaba la bajada de los precios de los alimentos básicos, pero que, reveladoramente, acabaría con el incendio del palacio del conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla, y con la dimisión de éste, que había sido el principal valedor de la opción de Carlos de Habsburgo.
Con la desaparición de Oropesa de la escena política, Portocarrero -que ya actuaba como primer ministro de la monarquía hispánica- pudo maniobrar con absoluta tranquilidad.
Y dos días antes de la muerte de Carlos II (29 de octubre de 1699), el rey firmó un tercer testamento que invalidaba el anterior, en este caso a favor de Felipe de Borbón, nieto de Luís XIV de Francia.
Según las fuentes documentales, en aquel momento, Carlos II era un deshecho humano, con el cuerpo muy deteriorado (en buena parte, por culpa de los exorcismos que le había practicado el religioso Froilán Díaz), incapaz de sostener una pluma con los dedos y todavía menos para firmar un documento.
Sin embargo, la firma del rey aparece con trazo firme, propio de una persona sana.
La investigación historiográfica moderna señala Portocarrero como el autor de aquel último testamento y de la más que probable falsificación de la firma del rey Carlos II’
(Marc Pons, elnacional.cat, 14 de setiembre del 2024)
En sus restauraciones:
Como puede verse, la historia de la corona borbónica española tiene de todo, menos legitimidad; y encima quieren que los consideremos como referentes.
Y como explica muy bien Najat el Hachmi, en su artículo ‘Poner los cuernos a todos los españoles’:
‘(…) tratándose de una institución hereditaria basada en el formalismo protocolario de la boda y el nacimiento del heredero, saber que el matrimonio de Juan Carlos I y Sofía, como el de Felipe VI y Leticia, no son más que falsedades de cara a la galería; unas farsas caras que pagamos entre todos; ‘¿hay alguna manera de garantizar que un matrimonio que nos cuesta dinero y supone enormes privilegios y mucho poder, sea de verdad y no una mentira? (…) ¿Eleonor ha de ser forzosamente monógama? ¿ha de ser heterosexual?, ¿qué pasaría si fuese lesbiana o no quisiera, como no quieren muchos jóvenes de su edad, emparejarse?, ¿y si no quisiera tener hijos?, ¿y si se decidiese por una relación abierta o por el poliamor? Es absurdo que a estas alturas su vida esté determinada solo porque es hija de su padre, de la misma manera que es absurdo que la emérita siga casada con su no-marido (…)’
(Ara, 10 de octubre 2024)
Y claro, vemos que, en esta negra historia española, la iglesia católica siempre ha apoyado al poder, incluso al asesino Franco; por lo que tiene mucho que clarificar y de lo que pedir perdón, como vemos estos días, por la lucha de poderes entre el Papa Francisco y la cúpula del Opus Dei. Por ejemplo:
Esta semana el Papa designó al decano del Tribunal de la Rota, Alejandro Arellano, como comisario pontificio del santuario de Torreciudad (espacio aragonés dedicado al fundador Josemaría Escrivá de Balaguer), después de largos pleitos entre la Obra y el obispado de Barbastro; y todo es una lucha de poderes, ya que ese santuario recibe anualmente 200.000 visitantes, y es una importante fuente de ingresos. Y todo eso enmascara una lucha entre la Obra y los Jesuitas, que se inició al retirar la categoría de prelatura, a esa organización.
Otro ejemplo, lo explica Gareth Gore, autor del libro ‘Opus’; Núria Rius Montaner, en su artículo ‘El Banco Popular estaba secuestrado por el Opus Dei’ (Ara de hoy, 10), comenta una entrevista a ese investigador británico, que comenta: ‘Si este libro hubiese tenido que salir primero en España, no se habría publicado’.
Ayer se publicó en catalán y castellano (Pòrtic, 2024), tras su edición y publicación en los EUA.
Pues bien, esa entrevista no tiene desperdicio, y seguro que la lectura del libro será muy interesante. Y, asimismo, es una clara muestra del poder que sigue teniendo la iglesia católica, de forma directa, o mediante su pseudo secta del Opus Dei.
Ante tantas trampas, engaños y mentiras, es vergonzoso constatar que todos luchan por el poder, cometiendo todo tipo de tropelías e inmoralidades, y eso se considera ‘aceptable’; pero que los catalanes queramos expresar, democráticamente, nuestro interés en independizarnos, por lo visto eso sí que es intolerable, inadmisible para esa tropa de poderosos.
Por eso me parece que estamos dominados por Ápate, la divinidad que, en la mitología griega, personificaba el engaño, el dolor y el fraude, y que actuaba junto a su correspondiente masculino Dolos, que personificaba los ardides y las malas artes.
Y, ante esa Ápate, es comprensible que acabemos con la apatía que he comentado al inicio de este escrito. Pero no podemos sucumbir, ni rendirnos, debemos esforzarnos, más si cabe, para independizarnos, y dejar al reino español, que, como sabemos, nada bueno nos ha deparado ni deparará, por más promesas que nos hagan.
Todo depende de nosotros, de nadie más.
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