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LA FÁBULA DEL TIGRE PERVERSO
2014-04-02 - 11:21
Hace mucho tiempo, en un país muy lejano (nada que ver con esta época y estas tierras), hubo un tigre que se hizo famoso por su carácter perverso y sanguinario.
Era un ejemplar raro de su especie porque contra la costumbre, su piel era morena con algunas pinceladas blancas. Esa condición lo diferenciaba y lo hacía excepcional, pero también lo llevó a que fuera capturado y de inmediato llevado a un circo como un fenómeno digno de ser contemplado.
El tigre extraño le rindió pingües beneficios a su dueño, pero también muchas complicaciones porque sin mediar provocación saltaba sobre su domador en turno, y ya habían sido llevados cuatro de ellos a la fosa debido a las heridas que les había ocasionado la fiera bestia.
Era perverso como era moreno, y no había voluntad humana ni entrenamiento que le hiciera cambiar. Cuando se fue encima del quinto domador y lo mandó a mejor vida, el rey del país tomó cartas en el asunto, y pidió que le llevaran al feroz animal.
Dicen quienes estuvieron, que el monarca se sintió fascinado por el tigre apenas lo vio y de inmediato cambió la decisión que había tomado de sacrificarlo. Como era un monarca justo, le pagó al dueño del circo una copiosa cantidad de oro e hizo que pusieran al animal en una jaula, en la espaciosa sala del palacio en la que daba audiencia a su pueblo.
Así, el tigre moreno empezó a presidir, junto con su nuevo amo, los asuntos del gobierno, y poco a poco empezó a interesarse por las súplicas y denuncias que le llevaban los pobladores del reino a su soberano, para que dirimiera los conflictos y ofreciera soluciones a los problemas.
Como sucede a menudo en los cuentos, el tigre de nuestra historia podía hablar como un ser humano y entablaba grandes charlas con su nuevo dueño, al grado que lo fue convenciendo con su labia infinita y sin que lo advirtiera nadie a tiempo, terminó por convertirse en el más cercano y escuchado consejero del rey.
Pero como era un tigre perverso, muchas de sus recomendaciones llevaban un tufo de parcialidad y así sus exhortaciones irremediablemente fueron variando la justeza y la precisión del juicio del rey. El animal no promovía grandes injusticias, sino como buen perverso fue minando poco a poco la voluntad real, hasta que ésta se terminó sometiendo a la suya.
Tanta confianza le tenía el monarca, que un día se atrevió a meterse en su reja, con el susto de su guardia de seguridad, pero el tigre moreno lo dejó estar y hasta le permitió que le hiciera algunas caricias en su pelambre oscura. El atrevimiento se hizo costumbre, y el monarca tomó la de encerrarse en la jaula cuando debía tratar asuntos de importancia para el reino.
Así, el soberano y el magnífico animal se convirtieron en una dupla reinante durante muchos años.
Y vivieron felices… hasta que un buen día el perverso tigre se comió enterito al monarca.

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