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LA CASA DE TODOS
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2014-11-19 - 09:58
La esencia de la vida es ir hacia adelante, pues la vida, en realidad, es una calle de sentido único. (Blaise Pascal)

No recuerdo tantos hechos concatenados que demuestren la crispación de la sociedad mexicana en tan poco tiempo. México está enojado, muy enojado.
En mi columna pasada le comentaba, apreciado lector, que padecemos un coraje crónico, degenerativo, hereditario. Además, hoy vemos que el enojo de los mexicanos está siendo utilizado y capitalizado por individuos y grupos que pretenden el poder a toda costa, incluso, por la vía armada sin importar el costo que ello represente.
El nivel de violencia callejera que muestran los manifestantes hoy día era inédito en México, sólo lo habíamos visto en los noticiarios de televisión como expresiones de otros lados.
Se manifiestan cada vez que pueden bajo el mismo modus operandi: con todo y contra todos, no importa el costo. Son tan violentos que varias veces han sido marginados de las manifestaciones en las que se cuelan para ejercer su violencia.
No recuerdo haber visto antes este preocupante nivel de enojo, de coraje y frustración social, sin embargo, ahora convergen grupos e intereses distintos que buscan el mismo objetivo: derrocar al actual gobierno.
El gobierno de Enrique Peña Nieto tiene frente a sí un reto mayúsculo: mantener el orden, garantizar la seguridad y la paz social, la autoridad moral y aplicar la ley.
No sé si se aplicará la ley a rajatabla, como debe ser, pero nos urge que así sea.
No es nueva la debilidad del estado mexicano. Ha habido épocas en las que se nota más y otras menos. Hoy esa debilidad es horripilantemente aparatosa, pero viene de muy atrás.
País en el que el acertijo de la gobernabilidad se ha resuelto con desigualdad ordenada a través de la aplicación selectiva de la ley.
La negociación de la ley y la operación de estructuras de intermediación social basadas en colectivos, han sido históricamente, como bien señaló Fernando Escalante en su libro extraordinario “Ciudadanos imaginarios”, la espina dorsal de la gobernabilidad en México.
Esa forma de ordenar la vida política y social en el país, es decir, de rutinizar conductas, regular conflictos y legitimar jerarquías, así como acceso diferenciado a los recursos, si bien no es ajena a la ley, nada tiene que ver con la aplicación pareja de la misma.
La legalidad no ha sido a lo largo de nuestra historia piso común de derechos. Su valor para la gobernabilidad ha radicado, más bien, en la transmutación de la incapacidad secular del estado mexicano para aplicar la ley a todos por igual en fuente generadora de poder político en beneficio de la reproducción de la desigualdad. Dicho más claramente, ante la dificultad mayúscula de un estado débil situado en una sociedad extremadamente desigual para aplicarles a todos la ley sin distingos, los detentadores del poder público en México han recurrido sistemáticamente a la negociación de exenciones en la aplicación de la ley a cambio de apoyo, recursos y obediencia. Escalante ha analizado como nadie todo esto. La negociación de la ley no constituye un elemento accesorio de nuestro orden político y social.
La aplicación selectiva de la ley es uno de los pilares que han hecho posible ordenar y dirigir a una sociedad brutalmente injusta y desigual. No nos quedemos así a la intemperie.
Los grandes momentos de la historia están siempre precedidos por intensos momentos de profunda crisis.
Este gobierno, en apenas su primer tercio de ejercicio, tiene la oportunidad histórica de convertir esta crisis en el punto detonador de una nueva cultura política nacional, una nueva era de transformación profunda que implique en mucho la refundación de instituciones, la abolición de sindicatos corruptos, de partidos ineptos, rémoras de las urnas y del presupuesto; una gran cruzada para reconstruir el país de otra forma, con otros sistemas, con diferentes dependencias, con un combate frontal y descomunal a la corrupción y a la impunidad. Si lo hacemos bien, es un gran momento para desprendernos de plomadas retardatorias y contrapesos de la historia.
Que no demos cabida ni credibilidad a quienes celebran cada fallecimiento de nuestro difícil tiempo como trampolín y amparo de su afán destructivo.
Que nadie, de buena o mala fe, crea que la violencia nos devolverá la paz.
Que de la tierra, que cobija siempre, renazca la flor de la vida.
En otro tema, mostró músculo de verdad el gobernador Javier Duarte de Ochoa, al señalar que este año de gobierno marca la consolidación de Veracruz en los distintos ámbitos del quehacer económico, social, cultural y de gobernabilidad, y se han superado retos para obtener resultados como nunca antes, al entregar por escrito su cuarto informe de labores a los diputados integrantes de la mesa directiva de la LXlll Legislatura local.
Veracruz está mejor preparado para recibir inversiones, generar empleos y para que hombres y mujeres encuentren la oportunidad para cumplir sus metas.
Nuestro estado, ratificó, realiza su parte en favor de la grandeza de México, pero es momento de acelerar el paso para ir adelante en la ruta de las transformaciones, a través del diálogo, el entendimiento y la civilidad.
Refrendó su voluntad de mantener un diálogo permanente con el Congreso de Veracruz, porque con ello se fortalecen la democracia y el equilibrio entre los poderes.
Agradeció el apoyo invaluable del Ejército y la Marina Armada de México, por ser las dos grandes instituciones que en su noble tarea dan ejemplo de amor y entrega a la patria.

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