04 de Mayo de 2024
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Eben-ezer Scrooge
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Juan 3: 3
2015-12-26 - 08:34
Charles Dickens, el más grande escritor inglés después de Shakespeare (o junto con él dicen sus más fervientes admiradores), reflejó fielmente en sus maravillosas novelas el sufrimiento, las penurias del sector más pobre de la Inglaterra de mediados del siglo XIX, principalmente el de los niños.
Hijo de un humilde empleado, Dickens padeció carencias desde pequeño; para colmo, cuando sólo contaba con 11 años, su padre fue encarcelado por deudas y, desde esa temprana edad, tuvo que empezar a trabajar y ganarse la vida por su cuenta. Tuvo que desempeñar desde niño los más extenuantes y desgastantes oficios, en un nivel desproporcionado de explotación laboral, característico del Londres de la época victoriana. De ahí que sus vivencias se reflejan en prácticamente toda su obra, principalmente en “David Copperfield”, “Oliver Twist” y “Nicolas Nickleby”. Fue tan grande su genio, que la extraordinaria novela “Historia de dos ciudades” la escribió sin ningún plan. La obra se publicó por entregas en un periódico, y cada semana iba redactando la entrega correspondiente, sin él mismo saber cómo iba a continuar, y así terminó la novela.
Pero indudablemente, Charles Dickens es mundialmente amado y reconocido, aún por los no aficionados a la lectura, por su “A Christmas Carol”, que en español ha sido traducido como “Cuento de Navidad” o “Canción de Navidad”, aunque debería haberse titulado “Villancico”, que es exactamente lo que quiere decir “Christmas Carol”.
En esa breve novela (por su estructura es novela y no cuento) nos presenta al ya también inmortal, y de hecho más conocido que su autor, Eben-ezer Scrooge, viejo y gruñón prestamista, exageradamente avaro, egoísta y desconsiderado, que por un sueño o visión, experimenta la conversión, un giro de 180 grados en su manera de pensar y de actuar. Pasa de ser el más miserable de los espíritus al más bondadoso, solidario y sonriente de los hombres; y de odiar la beatitud de los días 24 y 25 de diciembre, a amar y venerar la celebración del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Es considerada una de las más grandes obras con el tema de redención de un personaje de la literatura; tal vez comparable al Jean Val Jean de Víctor Hugo. Es una invitación, un exhorto del gran novelista inglés a realizar el concepto evangélico de “nacer de nuevo”, de cambiar para bien, de cambiar para mejorar, de abandonar vicios, y abrazar nuevas virtudes; de hacer introspección, analizar en nosotros mismos qué no está funcionando bien, meditar sobre ello y tomar las medidas necesarias, nacer de nuevo, como mandó Cristo a Nicodemo (Jn. 3: 1-8), y como nos manda a todos.
Al haberse inspirado en el Shyloc de “El mercader de Venecia”, y al haber escogido el nombre israelita para su personaje principal (Eben-ezer es una ciudad que aparece en el Antiguo Testamento y quiere decir “Piedra de ayuda” en hebreo), Dickens con su obra también realiza, de manera amorosa, una invitación general a la conversión al pueblo judío.
Al final de su vida, Charles Dickens se presentaba cada 25 de diciembre en un céntrico parque de Londres; la gente se arremolinaba y se sentaba a su alrededor, principalmente niños, y les leía su “Cuento de Navidad”.
¿Quién no recuerda aún a los personajes secundarios Bob Cratchit y el pequeño Tim en esa inolvidable historia?
Recordemos siempre que la palabra “Navidad” es la contracción de Natividad, en referencia al nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Por eso lo que tenemos que decir no es “felices fiestas”, sino feliz Navidad, como constantemente le decían todos al señor Scrooge, y que él mismo acabó proclamando a los cuatro vientos.
Que el viejo avaro y cascarrabias, finalmente redimido, el señor Scrooge, sirva también de entrada hacia toda la obra del gran Charles Dickens. Empezando por el mismo “Cuento de Navidad” pero leído, es decir, el libro impreso. Aunque ya nos sepamos al derecho y al revés todas las versiones que se han hecho para el cine, la televisión y el teatro, el leer el original (aunque sea traducción al español) es una experiencia fascinante y se encuentran muchos detalles que no aparecen en las versiones derivadas de ella.
Está “David Copperfield”, por ejemplo, título que se popularizó en gran manera porque un famosísimo mago a nivel mundial se puso ese nombre como pseudónimo. Pero la novela nada tiene que ver con la magia, más que la del inmortal escritor inglés, que nos narra la vida de los barrios bajos londinenses de su época, con tintes autobiográficos.
Están “Historia de dos ciudades”, “Oliver Twist”, “Grandes esperanzas”… en fin.
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Más de Xalapa “on ice”
En primer lugar felicito a nuestro alcalde el Licenciado Américo Zúñiga Martínez por su segundo informe de actividades que presentó el domingo pasado y, de paso, por la atinada decisión de brindarle a Xalapa una novedosa y sana distracción al haber instalado una pista de patinaje sobre hielo en el Parque Juárez.
Este anacrónico escribidor tuvo la idea de arriesgarse a hacer el ridículo y evocar 25 o 30 años atrás cuando, efectivamente, tuve la oportunidad de patinar sobre hielo (y lo hacía bien, modestia aparte). Sin embargo, la fila para entrar era tremendamente grande desde las ocho de la mañana. Resignado, pasé unas horas más tarde, y observé a los pobres niños aferrados desesperadamente al barandal que rodea la pista para no caerse.
Yo recomendaría a los padres, que si sus hijos nunca han patinado ni siquiera en patines de ruedas, no los lleven. Los que sí patinan sobre ruedas, sólo tienen que acostumbrarse a poner firmes los tobillos, y lo harán sin dificultad sobre el hielo.
Y que en esta Navidad y estas fechas, como dice el pequeño Tim: que Dios nos bendiga a todos.

raulgm42@hotmail.com

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