26 de Abril de 2024
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“Matrimonio” igualitario, ignominia
“Si tengo un tornillo, necesito una tuerca; ni modo que tornillo con tornillo”. Cardenal Alberto Suárez, arzobispo de Morelia
2016-05-21 - 13:50
Prácticamente todas las grandes civilizaciones del pasado han seguido el mismo devenir a través de la historia. Nacimiento, desarrollo, apogeo, decadencia y extinción. Babilonia, Asiria, Egipto, Persia, Grecia, Roma…
Las causas de la decadencia y extinción de esos grandes pueblos que en su momento fueron quienes marcaban las pautas, modas, costumbres, sistemas económicos, ciencia, prácticas religiosas, fueron diversas, dependiendo de las características especiales de cada uno de ellos. Sin embargo, echando mano del método de descarte y eliminación, se vislumbra que las principales de esas causas fueron comunes a la mayoría de esas civilizaciones. Por ejemplo, en el caso de Grecia y Roma (que son de las que más información tenemos en occidente), la inmigración proveniente de países en estado de inferioridad económica fue determinante en su caída (Gibbon, Edward, “Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano”). Ligado a lo anterior está la pérdida de identidad nacional mediante la propalación de la diversidad cultural o multiculturanismo (curiosamente hoy, tanto “diversidad cultural” como “multiculturanismo”, se promueven como algo positivo).
Pero lo que distinguió invariablemente a todas esas grandes culturas, en su periodo de decadencia, fue la relajación y pérdida de los valores morales; la degeneración sexual, y entre esta, la difusión de la homosexualidad; y lo que es peor, la aceptación de ésta como algo “normal” por la mayor parte de la sociedad.
Tanto en la historia secular como bíblica, se registra cómo llegó a tal grado la perversión en el antiguo Egipto, que pueblo y gobernantes llegaron a aceptar como válidas, prácticas aberrantes empezando por la homosexualidad, la pederastia, la zoofilia, el incesto y otras preferencias sexuales nefandas.
En Grecia también tocó fondo la moral del pueblo y de la autoridad con la infame Pederastia que es la “triste condición por la cual el amor (carnal) es del varón maduro al niño, o al efebo, que es el joven al borde de la adolescencia. Esta práctica se desbordó por toda Grecia y contaminó a los romanos” (Garibay, Ángel María). Se formaron “clubs” a donde se reunían hombres de edad madura con sus “muchachitos”. De ahí viene esa palabra “pederastia” que tanto se usa hoy en día.
En Roma también quedó registrado por la historia cómo se generalizó la perversión homosexual y otras prácticas sexuales igual de aberrantes. Las ruinas y vestigios de Pompeya quedaron como testimonio de que aun los infantes eran involucrados en toda aquella degeneración. Los niños eran instruidos en la escuela para satisfacer sexualmente a sus mayores. El emperador Adriano se presentaba abiertamente abrazando a su “esposo” el actor Antinoo.

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Hasta la fecha sigue la controversia científica, filosófica, de si hay casos en que el homosexual nace así, o se hace. Lo que sí está demostrado por estudios psicológicos serios es que la gran mayoría de los homosexuales se hacen en la pubertad; es decir, cuando en la etapa de definición sexual, entre los 11 y 13 años de edad, no han tenido una educación adecuada, o peor aún, han sido inducidos a desviarse por un homosexual.
El que se pretenda equiparar el matrimonio que es entre un varón y una mujer con las uniones antinaturales, el que parte de la sociedad lo acepte, demuestra el grado de decadencia en que está cayendo ya nuestra civilización occidental. El apoyo verbal y legal en cuanto a iniciativas que dio Peña Nieto a las desviaciones sexuales el pasado martes, es un ataque frontal contra la célula de la sociedad, la familia. La mala intención de algunos y la estulticia de otros; el trastocar lo que es evidente; increíble que parte de la humanidad se deje manipular de tal manera por los promotores de la homosexualidad.
Los auspiciadores del libertinaje difunden de manera falaz que la oposición a que se equipare el verdadero matrimonio con las uniones de personas del mismo sexo, y en general, a las expresiones anormales, proviene únicamente de la Iglesia o iglesias o de una postura religiosa específica. Pero aún para quienes no son hombres de fe, está la simple observación de la naturaleza y el uso correcto de la razón.
La única manera en que el ser humano puede procrear es mediante la unión sexual de un hombre con una mujer. A esos inteligentísimos no les importa el hecho de que los cuerpos del varón y de la mujer embonan perfectamente para la relación sexual. El esfínter anal está hecho para que algo salga, no para que algo entre. Cualquier proctólogo puede dar testimonio del daño que se provocan los que practican el sexo anal. Los animales nunca incurren en homosexualidad en su hábitat natural; sólo se han registrado actitudes anormales en cautiverio, cuando se les mantiene encerrado artificialmente.
Esto, para los que sostienen que la oposición a la difusión de la homosexualidad proviene sólo de una postura religiosa. Ni siquiera hacen caso de lo que sus ojos ven los partidarios de la “igualdad”, ignoran la evidencia fisiológica y psicológica.

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La homosexualidad es algo anormal; el sostener lo contrario es ya no un error, sino idiotez.
Que como cristianos y ciudadanos de bien debemos amar a todo ser humano como nuestro prójimo, así es. Pero eso no implica que se quiera inculcar que lo mismo vale un matrimonio que la unión de dos personas del mismo sexo. Se ama al individuo que padece homosexualidad, pero no a su homosexualidad. Como en el caso del alcohólico; se le ama como prójimo, pero no a su alcoholismo.
Se debe diferenciar bien lo que es discriminación y lo que es el derecho inalienable de proteger la integridad física y moral de la familia que se constituye de inicio con el matrimonio (inaudito que haya que aclararlo) de un varón con una mujer.
Nadie va a molestar a dos personas del mismo sexo, mayores de edad, que tengan su departamento y allí realicen su vida. El problema es el exhibicionismo y el que pretendan hacer creer que esa relación es algo “normal”. Los niños resultan nocivamente afectados, por ejemplo, cuando ven a dos hombres tomados de la mano o hasta besándose. Nuestro deber es entonces explicarles que es algo antinatural, que no debe ser.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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