Francisco Cabral Bravo
Parafraseando a Brecht, pobres de los países que necesitan líderes. Entre elogios y vituperios, entre incienso y ofensas, el hombre de popularidad extiende un velo sobre esas tercas realidades que terminan imponiéndose. La demasiada pasión obnubila.
El rebote en la popularidad de AMLO en las encuestas se ha atribuido, en parte, a un efecto rally, el cual significa que la población tiende a apoyar más a sus líderes ante situaciones de crisis o amenazas, como es el caso de la pandemia.
Si bien se trata de una explicación como de libro de texto de opinión pública, no deja de ser una hipótesis sujeta a revisión. Lo que veo en los datos de las encuestas de El Financiero es que sí hay algo de ello, pero es realmente modesto como para dejar el rebote en la popularidad exclusivamente como un efecto tipo rally.
Para verificarlo, miré los niveles de aprobación al Presidente según el grado de preocupación de los encuestados por el coronavirus.
El capital político del Presidente ante esta situación puede ser el factor de conocimiento a los mexicanos ante el nuevo dilema; seguir pagando los costos del distanciamiento un poco más o ya relajarnos y enfrentar el riesgo del rebrote.
En otro tema, un artículo de David Ramírez de Garay, publicado en Animal Político recientemente, desmonta la noción comúnmente aceptada de que crimen y crisis económica están relacionadas de manera inevitable. No es así; la evidencia no es concluyente. No obstante, hay carambolas a tres bandas. Esto es, las crisis económicas tienen impactos en el crimen pero por una vía indirecta. El artículo de David Ramírez explora algunas de estas posibilidades.
Para mí una de primera importancia tiene que ver con el control de territorios, más que con las décimas o múltiplos en que pueda subir o bajar la incidencia de algunos delitos durante o después de la contingencia. El control del territorio no es un indicador que utilicemos comúnmente para medir la potencia del crimen vis a vis las instituciones del Estado. Y tendríamos que ponernos de acuerdo sobre los elementos a considerar para reconocer el fenómeno. Pero es un hecho que en un territorio controlado por el crimen la autoridad “legítima” colapsó o se fundió con el grupo criminal.
Esto viene a colación por dos cuestiones. La primera, las imágenes que circularon, en las que se observa a grupos criminales haciendo “caridad” en medio de esta contingencia, pero también poniendo a raya a los indisciplinados en ciertas comunidades que no acatan la instrucción de quedarse en casa. Sabemos que alcanzaron tal importancia en la vida comunitaria, que llegaron a celebrar bodas, cuando no a intermediar en conflictos. Suplantaron no sólo a la autoridad civil, sino también a la religiosa.
La segunda es el trabajo de Crisis Group, la organización que interviene en zonas de alto conflicto con el afán de mitigarlo y moldear políticas públicas para la paz. El más reciente informe sobre México analiza la situación en Guerrero.
Sustenta, a través de un análisis muy bien logrado, lo que sabemos pero nos negamos a aceptar: La entidad es territorio perdido, o al menos vastas regiones de la misma. La fragmentación en el uso de la violencia es total y el sufrimiento de las poblaciones mayúsculo. Viven en el desamparo,
En vista de esto, mi preocupación es que la emergencia sanitaria y económica acabe por vencer las debilitadas cercas con las que el Estado mexicano busca contener a las organizaciones criminales y éstas entren por la puerta grande. Que por un efecto de tres bandas, controlen más territorio.
Por un lado, el confinamiento mantiene a instituciones del Estado mexicano operando a su mínima expresión.
Por otro, están los escasos recursos. Me preocupa mucho que el Estado mexicano en sus distintas expresiones se debilite todavía más frente a esta amenaza.
Entonces, regresando al punto de partida, al de cómo se comportará el crimen durante y después de la pandemia, la respuesta es que no sabemos con certeza. David Ramírez dice que hay que prepararnos para distintos escenarios. Yo agrego que necesitamos un viraje total en la estrategia de seguridad.
Reitero mi propuesta: busquemos incorporar nuevos métodos de entender el fenómeno delictivo que superen la medición de incidencia y busquen un entendimiento más profundo de las realidades de violencia y crimen en lo local, desde el territorio.
Si este fuera el enfoque, el objetivo sería la recuperación de territorios perdidos. Un propósito que ayudaría a articular los componentes que hoy están sueltos porque no existe la estrategia que los ate.
Ojalá que los escenarios ominosos que se nos presentan no se conjuren y que las dificultades lleven al replanteamiento de estrategias e instrumentos. Si no es así, quizá nos recuperemos de la pandemia pero habremos perdido más país.
En otro contexto: El que nada sabe, nada teme, decía mi abuela. Y así estamos, con buena fe, unas grandes ideas, poco viables, desde el inicio de este siglo, los servidores públicos han sido los chivos expiatorios de las pifias y obsesiones de nuestros gobernantes en turno.
De forma recurrente en las últimas décadas, cuando los gobernantes han querido mostrar un ejemplo personal de moderación y austeridad, cuando han querido presumir que pueden “hacer más con menos”, o cuando tienen necesidad de recomponer su imagen ante la opinión pública, han optado por cancelar las prestaciones y reducir los salarios de la burocracia.
La recurrencia de estas acciones a lo largo de varios gobiernos ha generado una degradación continua y progresiva de las condiciones de trabajo en la administración pública, lo que en consecuencia ha disminuido la calidad de las políticas y servidores del gobierno.
Algunos han argumentado que la reducción de salarios de servidores públicos no tiene sentido práctico, pues no es un mecanismo eficaz de ahorro. Pero equivocan el punto: en realidad la degradación del servicio público tiene efectos tremendamente perversos y es una mala idea en si misma, más allá de que también es una pésima estrategia de ahorro.
No hay nada más importante para un país que el trabajo que desarrollan los servidores públicos. Ellos se ocupan de los asuntos que hacen posible la vida en sociedad.
Ellos tienen en sus manos decisiones que potencialmente pueden afectar la vida de millones y generar consecuencias importantes para futuras generaciones.
Esa responsabilidad requiere de servidores públicos con vocación, capacitados, motivados y bien remunerados, que tengan certidumbre sobre el futuro y la oportunidad de construir una carrera, un acervo de experiencia útil para el país. Idealmente, el servidor público también debe ser imparcial y políticamente neutral, lo que implica que su trabajo debe estar protegido de influencias y no verse afectado por conjeturas político-electorales.
Cuando sobre las cabezas de los servidores públicos cuelga la amenaza constante de un despido arbitrario o reducciones de salario a discreción del gobernante en turno, se crea una burocracia débil, aduladora y servil, que termina siendo adicta y dependiente de los factores de poder político imperantes.
Hay en la degradación laboral del servicio público una paradoja y una realidad que debemos tener presente.
Tal vez sea tiempo de pensar en opciones ya no para destruir sino para darle al servicio público la fortaleza y capacidad profesional que requiere un país con los retos de política y complejidad social de México.
El profesor de la escuela de gobierno de Harvard, Ricardo Hausmann propone que la formación en administración pública retome algunas prácticas de la educación médica, de tal forma que los estudiantes pasen por un periodo de servicio social e internado de práctica en dependencias públicas que complementen su formación teórica.
Esto les daría a los futuros servidores públicos una mayor experiencia en la solución de problemas de política pública, liderazgo, planeación y otros atributos deseables en el gobierno.
Los servidores públicos nos cuidan. Cuidan nuestra seguridad, nuestra salud, nos facilitan muchos servicios y tienen influencia sobre amplios aspectos de nuestra vida.
No solucionamos nada con la degradación de sus condiciones de vida. Como decía Bowles, el gobierno es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de los políticos. Es mejor contar con servidores públicos profesionales que atempérenlos impulsos irracionales de los políticos.
Cuidemos a los servidores públicos. Si lo hacemos, al final estaremos cuidándonos a nosotros mismos.
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