Francisco Cabral Bravo
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El intervencionismo del presidente de la República en el proceso electoral es ilegal, sistemático y deliberado.
Más allá de la deliberación pública sobre la evidente desactualización del modelo cerrado que la Constitución establece en la materia, el hecho es que se encuentra vigente, que no se pudo ajustar por la intolerancia oficialista para negociar con la oposición la actualización de las reglas del juego; que esas normas construidas para evitar el intervencionismo presidencial en las elecciones fueron impulsadas por el actual presidente, luego de su derrota electoral en 2006 y de sus severos cuestionamientos a los apoyos que Vicente Fox dispensó a la candidatura de Felipe Calderón.
Ahora, en varias ocasiones, ha hablado de la posibilidad de un golpe técnico de Estado, aludiendo a que las autoridades electorales traman una posible anulación de la elección para regresarle a los conservadores el poder, usando los adjetivos más suaves que tiene. Pero ha dicho, también, que, de concretarse una posible anulación, se soltarían muchos tigres. ¿A qué se refiere? ¿Cuál es la intencionalidad que persigue? ¿De qué deberíamos preocuparnos? Si el Tribunal en 2006 determinó que la actuación de Fox desniveló la cancha, que hará ahora la integración actual del propio Tribunal ante la inclinación diaria de la cancha por el ejecutivo Federal en favor de su candidata.
El escenario para las autoridades electorales luce complicado por la confrontación y descalificación permanente del primer mandatario.
Cambio de página.
No hay palabras que alcancen a describir aquello que se pudo observar a través de los medios de comunicación. Una vez más, las escenas de videncia que se proyectaban en las pantallas de los televisores o de los diferentes dispositivos electrónicos nos mostraban algo que, en principio, es difícil de entender y que nos plantea muchas interrogantes acerca de nuestra sociedad y las autoridades que, al menos en el papel dicen que gobiernan por obra y gracia del voto popular. Lamentablemente no reconocemos desde hace mucho tiempo.
La noticia del asesinato, ya calificado como femicidio, de la pequeña Camila en Taxco Guerrero es, en sí misma, un golpe que vuelve a desgarrar lo más profundo de nuestra dimensión humana.
Versiones y conjeturas, descripciones y narraciones que se iban entretejiendo como parte de una vorágine que aún no ha terminado. El dolor de una familia a quien le han arrebatado a su hija no alcanza a ser dimensionado, ni siquiera logra imaginarse y es algo que debería convertirse en una voz cuya resonancia no debe perderse en medio de la vocinglería política de estos días, ni diluirse como el eco de un registro más, entre varios miles que, no ha dejado de crecer. Allí quedan las imágenes de una madre que se despide de su hija y que, lamentablemente, se suman a las mujeres que no han logrado hallar a sus hijas en el terreno de la desolación en el que se ha convertido este país.
Ante la escena por el linchamiento de sus presuntos asesinos, toda referencia literaria o académica se queda muy lejos, de lo que observa ante la crudeza capturada en una o varias decenas de dispositivos que compiten por tener las mejores cámaras del mercado. Pero esto no es nada nuevo. Y pocos lugares como el Estado de Guerrero para percatarnos de la lejanía del discurso oficial con lo que sucede en las calles. No es gratuito que la desconfianza en las instituciones, en los cuerpos policiacos, en quienes se jactan de ser autoridad, y en las y los políticos, sean ya una constante en el ánimo de la población, quienes saben que la impunidad es un escollo poco transitable.
No hay palabras que alcancen para analizar, describir y narrar lo que se observó en las imágenes, la antesala de la muerte, y tampoco para hablar del asesinato de la pequeña Camila sin desasosiego y enorme desolación. La tristeza se queda corta ante el estupor de lo cotidiano, pues hoy la muerte también se ha convertido en mensajera y en espectáculo, en el parámetro de una sociedad que no puede olvidar que el dolor provocado por este tipo de tragedias tendría que ser algo único y no la constante en el andar de los días.
Así, mientras aún intentamos entender qué ha sucedido y encontrar un hilo que detenga la desesperanza, se escuchan las vagas palabras de que "la gente está muy contenta en todos lados". Sí, son fútil retórica que solo profundiza el vacío en todos los sentidos y, a eso, no nos podemos acostumbrar.
No es excepción, sino tendencia. El fortalecimiento del crimen va de la mano del debilitamiento del Estado, y, ante ello, la sociedad se siente vulnerable y abandonada a su suerte. La desconfianza en las fuerzas del orden y en la procuración de justicia se fincan en la experiencia, impunidad y convivencia con los que deberían combatir. Ese fenómeno, agudizado en algunas zonas del país, no se está conteniendo, mucho menos revirtiendo, se extiende frente a nuestros ojos. Lo que acabamos de ver en Taxco no es un hecho aislado y revela la profunda descomposición institucional y social que genera el desgobierno. La escena hiela la sangre tanto como la historia. Puede explicarse el fenómeno, pero jamás justificar. Lo que llaman "justicia por propia mano" es la negociación del contrato social.
Femicidio de niña Camila: ONU y Amnistía Internacional reclaman a México "pasividad" ante el caso.
Dándole vuelta a la página. Sin la justicia ¿Qué son los reinos sino una partida de salteadores? (San Agustín).
En los pocos meses que le quedan de vida a este sexenio no creo que levante para bien. El próximo 2 de junio de 2024 serán las elecciones en México, el futuro de las políticas públicas será nuevamente designado tras las votaciones siguientes. A pesar de la proximidad de las votaciones, un desánimo inunda el aire de la pasión política, la ciudadanía mexicana está ya agotada de las falsas promesas que viniendo de cualquier político ya tienen impregnados un toque de sabor a mentira. Ni siquiera Claudia Sheinbaum, ha logrado obtener la fuerza con la que se había visto arrasar al partido de izquierda.
Tras este sexenio los mexicanos perdieron la unión de la visión política que se había visto tan fuerte en las elecciones de las que derivó el triunfo de Morena. Y es que solo basta ver la fuerte campaña e ideales que pretendía sostener el actual Presidente contrastándolos con los resultados y atrocidades que se vieron en los últimos 6 años, para perder la esperanza de un verdadero cambio político.
A pesar de ello la votación del pueblo mexicano debe seguir teniendo valor para hacer notar que seguimos presentes en la vida política, que seguimos interesados en las políticas públicas y propuestas que se realicen por las candidatas a la presidencia.
El juego por la silla presidencial ya comenzó, nuestro papel como ciudadano será el seguimiento a sus propuestas. El acompañamiento y vigilancia de su desempeño como candidatas, para evitar que un cinismo político se vuelva a apoderar de la arena política.
México requiere candidatas que cumplan sus propuestas, que tengan ideales.
Hay un clamor social por la paz, por la seguridad al caminar por las calles, por la tranquilidad de no sentir miedo cuando se nos acerca un desconocido; necesitamos recuperar la confianza en nuestro entorno público. Lograrlo es una condición de felicidad personal y colectiva.
La candidata presidencial que genere mayor confianza en que tiene respuestas para someter a la delincuencia, tendrá ventajas electorales por ese solo tema. El tema de Xóchitl Gálvez que alude a un México sin miedo es atinado, pero los 15 puntos de su plan de seguridad que presentó lo son. Todo se reduce a "Actuar con toda la fuerza y la capacidad del Estado: Ninguna cortesía al crimen organizado". La Paz es una condición social compleja, que abarca aspectos de la vida personal, familiar, social, económica, política y hasta internacional. Las causas por las que se pierde la paz en la convivencia pública son igualmente complejas, y hay que conocerlas y atacarlas con eficacia.
La estrategia de Gálvez es una copia de la no estrategia de Calderón, que le declaró la guerra al narcotráfico como quería el gobierno de Washington.
Xóchitl retiraría a los soldados y marinos "de las tareas civiles" para asignarles otras tareas contra el crimen organizado que no especifica, y crearía o formaría "nuevas policías con poder para vencer al crimen".
Lo fundamental de la estrategia es acrecentar la fuerza policíaca del Estado, convocando para ello a los tres órdenes de gobierno, al Congreso Federal y a la sociedad para reprimir el fenómeno delincuencial.
Otros puntos del plan de Gálvez hablan de construir prisiones con alta tecnología y de fortalecer al Poder Judicial con mayor número de jueces, también al ministerio público se le aumentaría el número de fiscales locales y federales.
Hay que atemperar la desigualdad, aunque tome varios años medir sus efectos benéficos.
No puede haber paz en una sociedad gobernada bajo el dominio y sometimiento, ese sí antidemocrático, para reproducir condiciones de desigualdad.
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