José Luis Amaya Huerta
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Escribir es algo más que un ejercicio de la memoria. También puede ser un esfuerzo de la imaginación, si de lo que escribimos es sobre el futuro.
La escritura nos permite plasmar nuestros pensamientos, sacarlos de nuestra mente y hacerlos tangibles sobre una hoja de papel o una pantalla de computadora y hacerlos circular de forma impresa o digital.
Escribimos para comunicarnos, para expresar nuestras ideas, sentimientos o reflexiones sobre el mundo que perciben nuestros sentidos, sobre los otros o sobre nosotros mismos.
Lo hacemos a través del lenguaje, una herramienta poderosa que nos permite expresarnos de forma ordenada y darle significado a nuestro mundo.
La facultad de escribir nos permite saltar las barreras del tiempo. Podemos hacerlo en todos los tiempos posibles, incluso en aquellos que no existieron en realidad, como el subjuntivo hubiera o hubiese.
Podemos hacerlo en pasado, cuando recordamos y queremos plasmar una historia ya vivida o contada por otros, de ayer o de hace dos mil años, pero que ha llegado a nuestros días a través de la tradición oral o de los libros, como la Biblia o el Antiguo Testamento.
Podemos hacerlo en presente, si de lo que se trata es de contar, describir o analizar lo que acontece en la actualidad. O podemos hacerlo en futuro, cuando imaginamos hechos, acciones o situaciones que podrían ocurrir en el corto, mediano o largo plazo.
También podemos escribir en copretérito o en pospretérito, cuando evocamos un pasado que queremos prolongar en el tiempo.
Lo cierto es que el lenguaje plasmado a través de la escritura nos permite explicar y comprender nuestro mundo y a nosotros mismos.
No es casualidad que en el idioma español la palabra libro se parezca tanto a la palabra libre o libertad. Ambas comparten la misma raíz, al menos en la forma.
Escribir y leer son las dos caras de una misma moneda. Aprendemos a escribir para luego leer lo que hemos escrito y sobre todo, lo que han escrito otros. Es una forma de conservar aquello que antes solo podíamos comunicar de forma oral.
En ese sentido, la escritura es una manera de trascender en el tiempo. De perdurar más allá de sus límites, de transmitir nuestras ideas, pensamientos o sentimientos incluso después de que nuestra presencia física haya desaparecido de la faz de la tierra.
Las ideas de Homero, Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Shakespeare o Maquiavelo siguen presentes cada vez que leemos las páginas de la Ilíada, la Ética, las Catilinarias, la Ciudad de Dios, Hamlet o El Príncipe.
Sus ideas han permanecido por siglos y sobrevivido a la limitación inexorable de la muerte física de su autor.
Por eso la escritura, además de una expresión por excelencia de libertad, es también una forma de inmortalidad.
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