23 de Noviembre de 2024
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TIEMPO Y ESPACIO - Maricarmen Delfín Delgado
PARA MUESTRA UNO BASTA
2024-07-15 - 14:51

 


 


Maricarmen Delfín Delgado


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No se conoce quién es el inventor del botón ni tampoco exactamente cuándo se usó por primera vez lamentablemente, al igual que sucede con muchos inventos de la humanidad, no se sabe qué persona los diseñó o los empleó por primera vez en la historia. Se han hallado objetos parecidos a un botón, unas conchas de moluscos que tienen un agujero en el centro, estos primeros botones de la historia aparecieron hace 5.000 mil años en el valle del Indo, una región que ocupaba la actual Pakistán, noroeste de la India y Afganistán.


Egipcios, sumerios, griegos y romanos utilizaron prendas de vestir holgados y flotantes, contaban con pocas aberturas, cuya sujeción no necesitaba nada más que alguna aguja, un alfiler o simplemente un nudo, incluso estos medios, agujas y alfileres, broches y hebillas no eran a menudo sino pretexto para la exhibición de riqueza.


Los antiguos griegos ricos sujetaban el palio (prenda exterior principal del traje griego) con un broche de oro, y en el Imperio romano, las clases pudientes cogían su túnica y toga con una aguja de plata. Nadie sentía la necesidad de la botonadura.


El botón no conoció un uso significativo hasta el siglo XII, y aún entonces tuvo una finalidad más ostentosa de lujo y riquezas que meramente funcional, fue utilizado por nobles y cortesanos que los lucían a modo de relucientes joyas de oro, plata y otros materiales nobles.


A partir de este siglo, se elaboraban botones esmaltados, diminutas piezas de oro o piedras preciosas que guarnecen las mangas de los vestidos y cierran los ricos jubones (prenda que cubría desde la cintura a los hombros, ajustada y ceñida al cuerpo).


En la corte de Fernando III el Santo (1199 – 1252) y en la de su primo san Luis de Francia, el botón adquirió enorme importancia. al lujo del vestido se unía el de las alhajas, entre las que figuraba el botón, que sustituyó al broche.


Hasta treinta y ocho botones forrados de seda de colores tenía en el siglo XIII, el vestido del hombre: desde el hombro a la cintura, sin que hubiera dos botones iguales en aquella botonadura. Toda una especie de muestrario de ingenio, pericia y riqueza. tomando en cuenta que la palabra botón procede de una voz francesa que significa “realzar”.


Además de usarse como adorno ya tuvo alguna función práctica. Eso sucedió en pleno siglo XV en la corte de Enrique IV de Castilla (1425 – 1474), ya no se empleaba solo para decorar el justillo, prenda de vestir sin mangas que ceñía el cuerpo y llegaba hasta la cintura, sino que se empleaba también en la decoración de mangas y hombreras sustituyendo poco a poco a las pasamanerías e incluso se ponían botones en los zapatos; tenían función ornamental, pero también cumplían un papel práctico: reemplazar los galones, borlas, cordones y flecos de oro, de plata o de seda.


Fue entonces cuando el botón se hizo objeto de deseo. En el siglo XVI se utilizaron como adorno de los botones de seda blanca, amarilla o anaranjada; botones de pedrería para señoras de clase; botones de azabache para damas de posición modesta.


En sus origines los botones eran tan apreciados y realizados con tan caros materiales, que uno de los títulos más ambicionados en la Corte fue el de “Botonero mayor del Reino”, también el gremio más distinguido fue el gremio de los botoneros en España, concretamente durante la época de los Austrias. Este título y gremio fueron significativos en la Corte española, especialmente en el siglo XVII, cuando la fabricación de botones era un oficio prestigioso y esencial para la moda de la nobleza y la realeza.


Toda una industria se centró en él, se modelaban con metales preciosos, se elaboraron botones forrados con ricas telas, formados en piedras preciosas, de cristal tallado, recubiertos con telas nobles para no dañar las zonas íntimas. Cada botón se fabricaba a mano, y sus artífices se preciaban de no hacer dos iguales, eran obras de arte en las mangas de la ropa femenina, cuya botonadura corría a partir del codo sin otro fin que el lucimiento. Fue distintivo de clase social y de nobleza en la Edad Moderna.


Su uso estuvo tan extendido que, en el siglo XVIII, el siglo del lujo y de la ostentación, no se concibe el vestido sin él, entonces el botón era un elemento principal en las ricas casacas que se abrochaban por la cintura, como luego serían pieza importante en el frac. Por entonces apareció el botón de metal esculpido, el botón esmaltado, portador de pequeños retratos en miniatura. Los botones andaluces se llenaron entonces de filigrana de oro y plata convirtiéndose en obras de arte de los plateros cordobeses, maestros universales en un momento en el que el arte del botón alcanza su grado máximo.


El botón, que llegó a ser objeto de trueque para combatir la inflación, decayó al abandonar su finalidad ornamental y convertirse en elemento funcional en la Inglaterra de 1750, por utilidad y economía sus fabricantes se vieron en la necesidad de usar materiales baratos y a fabricarlos en serie, todo servía para elaborar botones: madera, hueso, marfil, la pezuña de animal o nuez de corozo.


En 1805 el danés Bertel Sanders inventó un medio de unir mecánicamente dos pequeños discos de metal que luego se forraban: el botón a presión o automático, esto abarató tanto el producto que empezaron a usarse en el atuendo de lacayos, cocheros y mayordomos botones dorados, y se generalizaron en la confección de prendas de trabajo.


El empleo posterior del hueso para fabricar botones hizo que los precios cayeran aún más, comenzaron también a fabricarse de materiales nuevos como el níquel, el zinc o el aluminio, se hicieron botones de caucho, de botones de corteza de coco, botón de crin de caballo e incluso botón de cuerno. Con el invento del botón automático prácticamente desapareció el ojal, y el invento de la cremallera en 1890 amenazó con hacer desaparecer el botón; pero sobrevivió porque los modistas parisinos lo rescataron para la función medieval de contribuir al boato y brillo del vestido, devolviéndole su perdida dimensión estética a principios del XX.


En la actualidad es un elemento imprescindible en nuestro diario vestir, por necesidad y por ornato los encontramos en ropa, zapatos, bolsas, mochilas, etcétera; como parámetro corporal, ya que cuando su entrada en el ojal es muy forzada o desafortunadamente ya no logra encajar, significa que nuestro cuerpecito decidió cambiar, con el riesgo de perder tan preciado objeto por salir disparado en el ya conocido “botonazo”. Para muestra un botón basta.


 


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