Francisco Cabral Bravo
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Coincido ampliamente con la gobernadora electa Norma Rocío Nahle García en su mensaje en redes sociales que es importante partir de la conceptualización de gobernanza y de gobernabilidad que son fundamentales en el ámbito de la política y la gestión pública, ello para expresar correctamente las ideas y evitar confusiones.
La gobernabilidad, en términos simples, se refiere a la capacidad y habilidad de un gobierno para ejercer autoridad y gestionar asuntos públicos de manera efectiva, cumplir y hacer cumplir las leyes es el más claro ejemplo del concepto. Si hay gobernabilidad se alcanza la estabilidad del sistema político, a la vez que el Estado muestra la capacidad para responder a las demandas de la sociedad. Lo anterior implica que el gobierno debe mantener el orden y la paz social, así como implementar políticas que satisfagan las necesidades de la población. Insisto Rocío Nahle tiene la energía ya que está acostumbrada a resistir y luego imponerse. Y lo está demostrando.
En la política, como en la vida, los inicios y los finales suelen ser reveladores.
El liderazgo de las mujeres es más colaborativo y emocional, centrado en las personas, hacen política de manera distinta. Son cálidas y cariñosas, dóciles, amables, simpáticas, compasivas y empáticas. Son impulsivas. Son incapaces de tomar decisiones difíciles y rápidas. Son menos ambiciosas, más honestas, pacíficas y menos propensas a la corrupción
Todas esas son estereotipos que reflejan las percepciones, con frecuencia contradictorias, que nuestras sociedades sostienen sobre las mujeres que ejercen el poder político, basándose en las construcciones tradicionales de los roles de género y las expectativas del comportamiento de mujeres y hombres. Desde que más mujeres llegan a las posiciones de poder han surgido numerosas investigaciones que buscan determinar si estos estereotipos tienen sustento en la realidad.
La literatura sobre el liderazgo político de las mujeres evidencia que, en efecto, las mujeres tienden a ser más colaborativas en el ejercicio del poder público. Las legisladoras suelen percibirse más dispuestas a buscar consensos y reconocer la importancia de la colaboración.
Las mujeres suelen distinguirse también por su manera de comunicar. Con mayor frecuencia que sus contrapartes masculinas, tienden a emplear lenguaje más personal y relacional, usando anécdotas personales o ejemplos de la vida diaria, para lograr la conexión más profunda con la ciudadanía. En cuanto a las políticas públicas, algunas mujeres también muestran prioridades particulares o distintas de las enarboladas por varones. Entre los ámbitos de acciones que con cierta frecuencia impulsan las mujeres están las políticas en favor de los derechos de las mujeres o de la niñez o las políticas medioambientales.
En un artículo anterior en este mismo espacio, reseñaba yo la resistencia a la reforma del poder judicial ha sido intensa. Organizaciones de sociedad civil, barra de abogados, organismos internacionales, los propios trabajadores de la judicatura están moviendo la aguja de las percepciones. No son los políticos de siempre, ni los partidos desacreditados los que llevan el estandarte y quizá es eso lo que esté causando mella. En su lugar aparecen juzgadores, trabajadores administrativos de la judicatura que postean en redes sus motivaciones, sus miedos y se representan como personas reales. Una coalición diversa que quizá no logre parar los cambios constitucionales pero sí está complicado el cierre de la administración y el inicio de la siguiente. El foro público en el país sigue abierto, todavía vibra, pero es incierto por cuánto tiempo más. Porque si este se cierra o se estrecha lo que vendrá para el país será ominoso.
El espacio público es aquel donde concurrimos con posturas, con ideas con razones o sin razones.
Yo celebro los argumentos, el contraste de ideas, las voces distintas.
Siempre he pensado que escribir es un acto íntimo, un puente entre nuestro mundo interior y la realidad que nos rodea
Es una oportunidad única de plasmar en palabras aquello que, a veces, ni nosotros mismos comprendemos.
Pero más allá de la teórica, más allá de la corrección gramatical, existe un poder en la escritura libre y creativa que a menudo dejamos de lado por la hipercrítica. Nos castigamos a nosotros mismos antes de permitirnos explorar.
Es vital que aprendamos a valorar nuestras lecturas, no por su percepción, sino por lo que representan: un pedazo de nosotros mismos.
En otro contexto son pocas las ocasiones en las que se puede percibir, con cierta claridad, la forma en la que se ha colocado el destino de nuestro país con en el tablero de quienes juegan sus cartas al cobijo del maniqueísmo que se ha establecido como la mejor estrategia política desde hace un par de décadas, y que se ha articulado gracias a una nueva versión del presidencialismo más acendrado del que se tenga memoria.
Apenas reciba la banda presidencial el primero de septiembre, Claudia Sheinbaum tendrá enormes problemas y retos heredados por los anteriores presidentes: la injusticia y violencia que han generado miles de muertes, desapariciones, desplazamientos de pueblos y ejecuciones extrajudiciales.
El problema no es nuevo, pero se ha ido acrecentando con el paso de los sexenios. Si bien el inicio de la espiral de violencia empezó durante el gobierno de Vicente Fox, en el que hubo 60 mil 280 asesinatos, y en la gestión de Felipe Calderón aumentó el doble con 120 mil 463 crímenes, para el gobierno de Enrique Peña siguió ampliándose hasta llegar a los 156 mil 66 homicidios.
Pero este crecimiento se disparó de manera impresionante en la actual administración, se registraron los mayores niveles de violencia para un sexenio. Al terminar su sexenio alcanzará las 190 mil personas asesinadas.
De este tamaño es el reto del próximo gobierno encabezado por Claudia Sheinbaum, quién tendrá como principal colaborador en la materia a Omar García Harfuch.
En un repaso de los hechos en el tema del aumento de la violencia podríamos ubicar su arranque en el año 2000, cuando nos sorprendió a los mexicanos la caída del partido hegemónico que habría gobernado casi de manera absoluta el país durante todo el siglo XX. El candidato presidencial del PAN, Vicente Fox, ganó la elección derrotando al priista Francisco Labastida y al perredista Cuauhtémoc Cárdenas, dando paso a la esperanza de la transición a la democracia, que nunca se concretó.
La derrota del PRI trajo consigo el resquebrajamiento de una estructura de gobierno forjada por décadas y de alianzas con grupos de poder que, al ya no existir, generan vacíos de poder que pronto fueron llenados por nuevos actores que hoy en día siguen vigentes gobernadores convertidos en virreyes, empresas de medios de comunicación capaces de incidir en las decisiones del gobierno y los grupos del crimen organizado que de manera vertiginosa fueron controlando partes del territorio nacional coludiéndose con autoridades de gobierno, policíacas y militares.
Mientras estos nuevos grupos de poder entraban en acción junto con los viejos, entre ellos los partidos políticos, repartiéndose el control de los tres niveles de gobierno, la violencia y la injusticia social fueron aumentando hasta llegar en algunos casos a situaciones de ingobernabilidad.
Si hacemos un recuento de los homicidios ocurridos en los últimos tres sexenios de gobierno tenemos una cifra de 526 mil 809 mexicanos asesinados, una cantidad que rebasa el último periodo de violencia nacional que fue la Guerra Cristera ocurrida entre 1926 y 1929, en la cual habrían muerto 250 mil personas, según un artículo publicado por la CNDH. Es decir que estamos frente a la época de mayor violencia social en el último siglo.
De manera contraria a este espiral de violencia que no cede en su crecimiento y que se expresa también en más de 100 mil desaparecidos, tenemos que la justicia es un hoyo negro en el universo de las demandas sociales, por el cual se pierden denuncias, juicios y sentencias.
Pero, vamos, que siempre habrá grietas en toda estructura, la historia, por fortuna, se seguirá construyendo: ¿Cuál será nuestro papel en esta ecuación?
En fin, también sabemos que el chapulineo se convirtió en una suerte de Barca salvavidas para los roedores que ya intuían que sus barcos se hundían gracias a las anclas de su propia miopía al no trabajar por recuperar esa credibilidad de la que alguna vez gozaron.
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