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CENICIENTA DE PORCELANA
2014-04-09 - 09:50
Te vemos llegar a los actos políticos de cualquier laya, a los que nunca faltas, enfundada y segura en tus trajes de marca. Tal vez sólo un poco movediza en la altura de esos zapatos de tacón altísimo, con plataforma encima –abajo más bien–, que no te permiten caminar como un ser humano capacitado, pero te hacen creer que eres más grande de lo que en realidad te hizo natura.
Te veo fuerte y potente, asegurada en las joyas que luces imponente, que tintineas con movimientos expertos para que suene la garantía de tu éxito; asegurada igual en la bolsa carísima que seguro hace palidecer de rencor a muchas de tus iguales; asentada allá arriba desde el cabello pintado, acondicionado y estilizado, que por fin ya no tiene nada que ver con esos pelos oscuros y crespos con los que tuviste que pasar los primeros años de tu vida. Por obra y gracia del resorcinol y los parabenos, terminaste por ser güerita, lo que te hace pensar que te acercas en el aspecto al de una de las diosas occidentales del celuloide o del jet set. Tu dinero te cuesta, pero bien empleado.
Pues sí, no faltas nunca a la ceremonia, la que sea. Como no sabes gran cosa de la política real, piensas que el evento público es el lugar en donde se ejerce el poder; que los saludos ocasionales, el beso al aire, el abrazo prometedor, son amarres que generan complicidades, compromisos; que dos o tres conversaciones ocasionales en público traen la amistad que te tendrá que apoyar, que impulsar, que recomendar a la hora de otorgar posiciones, puestos, poder.
Te vistes como todas, sí, y compites por la originalidad sólo en el terreno del precio. Eres igual a las otras, pero distinta tal vez por tu vaciedad inigualable, por tus ansias de situarte en la cima sin importar el precio que debas pagar… porque crees que tu voluntad, tu capricho, bastan para hacerte llegar.
Obvio, evidente, natural: no lees, no estudias, no te informas.
Como dice el clásico: tú no sabes nada de la vida, aunque consideras que lo único que necesitas son tu sonrisa de resina, tu maquillaje con el que “te sacas partido” y ciertas perfecciones hechas a partir de tus imperfecciones, ésas que el bisturí del cirujano y los rellenos consiguieron poner en su lugar y convertir en turgentes.
Haces asunto de estado tu colocación en la gradería. Nada de estar en la segunda fila: siempre hasta adelante, sentada derecha, enhiesta, el atuendo sin mácula ni arrugas, la pierna cruzada para hacer más provocativas las promesas de la minifalda a modo, que sólo deja ver lo necesario.
Ahí, en la primera fila en donde te colocó tu impertinencia crees que eres la ganadora. Por eso saludas con esa displicencia; por eso crees que todos te admiran, que todas te envidian.
Crees ser feliz, y que el precio que pagaste no tendrá consecuencias.
Ojalá…

sglevet@gmail.com
Twitter: @sglevet

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