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LA MEDIOCRIDAD DE COLOSIO
2014-03-24 - 11:22
El día de la muerte de Colosio había un gran evento en el ayuntamiento de la ciudad porque se estaba nombrando hijo predilecto al escritor Carlos Fuentes. Presidía el acto el gobernador Patricio Chirinos, acompañado por el alcalde del momento, Armando Méndez de la Luz. Alrededor de las siete de la noche, hora del centro, las cinco de la tarde, hora de Tijuana, trascendió como un estallido simultáneo que cubrió todo el país, la noticia del atentado contra el candidato presidencial Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Cuando llegué al periódico ya iba enterado, porque la radio estaba informando en cadena nacional y la noticia me tomó en el coche. El televisor de la redacción estaba a todo lo que daba y los reporteros, fotógrafos y personal de producción se apilaban para enterarse de los detalles, que eran narrados con la maestría sin igual de Jacobo Zabludovsky, directamente enlazado con el lugar de los hechos. Había desplegado a Talina Fernández al Hospital General de la Zona Río, adonde había sido conducido el candidato y le ordenaba que se metiera al quirófano para que constatara personalmente lo que estaba ocurriendo, a lo que la llorosa “dama del buen decir” no se atrevió.
Más tarde nos reseñaría Sonia García García, la reportera que cubría el evento en honor a Fuentes, la crispación que se vivió cuando el secretario particular le hizo llegar una tarjeta al presídium a Chirinos, donde le expresaba un lacónico “Hirieron a Colosio”, que trascendió y llenó de ansiedad a todos los presentes, e hizo concluir la sesión solemne, todavía con Carlos Fuentes que concluyó el discurso que estaba diciendo porque ahí mismo, en el pódium, le enteraron del hecho, y Chirinos, que también leyó su texto, pero que no permitió al secretario municipal clausurar la sesión solemne porque el gobernador y el escritor fueron asaltados por los reporteros.
Fue una jornada larga en la redacción para preparar la nota, que incluyera todos los detalles del magnicidio y las mejores fotos. Associated Press, Excélsior, Lemus, Reuters, las agencias que proveían los servicios nacionales e internacionales al Diario, difundían a sus suscriptores en el mundo los detalles. Un fotógrafo xalapeño, pero que probaba suerte por aquellos lares y cuyo nombre no recuerdo, había sido testigo privilegiado del hecho. Su cámara captó ángulos inigualables y después supimos que había obtenido muy buen dinero por sus fotos, que eran disputadas por los mayoristas de noticias. En repudio al hecho, Televisa pasó la noche con sus canales cerrados.
Colosio murió muy pronto, menos de tres horas después del ataque, ocurrido a las 17:04 horas. A las 20:35 horas, la imagen de Liébano Sáenz, secretario de Información y Propaganda del PRI nacional, llenó las pantallas para comunicar oficialmente el deceso del candidato.
A partir de ahí, Colosio se convirtió en un héroe, como ocurre en México con los que se mueren. De ser un candidato presidencial gris, con mítines semivacíos y la figura de Manuel Camacho Solís omnipresente haciéndole sombra siempre, inmediatamente que murió se acudió a su discurso del 4 de marzo anterior, en el aniversario del PRI. Se especuló que ese mensaje dizque lleno de patriotismo, de amor a México y de desgarramiento por los pobres, había molestado el espíritu inconcebiblemente diabólico de Salinas de Gortari, pero aún peor, de José María Córdoba Montoya, quienes habían mandado matarlo.
Fue un discurso que en las meras fechas de ser pronunciado pasó tan inadvertido como la propia campaña que realizaba Colosio, sin embargo, la tragedia hizo que se reviviera y se convirtiera en algo épico, y ahora es recitado como el fragmento que falta añadirle al Himno Nacional.
Tan gris fue Luis Donaldo Colosio, que los hechos que antecedieron a su discurso del 4 de marzo se mantuvieron en la opacidad. Nadie se dio cuenta de que el 5 de febrero en San Pablo Guelatao, Oaxaca, propuso un pacto de cinco puntos que, de ganar las elecciones, impulsaría desde la Presidencia de la República con las comunidades indígenas. Así ocurrió con todos sus pronunciamientos y mítines.
Tampoco pudo remontar el berrinche que hizo Manuel Camacho Solís, al no haber sido seleccionado como candidato; renunció a la regencia del Distrito Federal y no hizo ningún pronunciamiento a favor del abanderado. Salinas lo designó canciller en 1992, y al año siguiente, cuando hizo su irrupción en el año nuevo del 94 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), al mismo tiempo que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio, hubo cambios en el gabinete presidencial y Camacho fue designado comisionado para la paz en Chiapas, desde donde ejerció un protagonismo que opacaba a Colosio.
El 10 de enero, Colosio arrancó su campaña en Huejutla, Hidalgo, pero el impacto de los acontecimientos no solamente ahogó ese acto inicial, sino toda la gira colosista. El protagonismo que obtuvo Camacho como comisionado de paz en Chiapas sembró dudas acerca de que Colosio llegara a las elecciones del 21 de agosto; por eso, el 27 de enero, Salinas pronunció una de esas frases que hicieron historia: “No se hagan bolas”, dijo, para sostener como candidato a su ex secretario de Desarrollo Social, quien no lograba fuerza ni visibilidad en la opinión pública.
Así es que, repito, Colosio distó mucho de ser el paladín brillante, patriota, inteligente y esperanza de la república que inmediatamente que murió le achacan. Fue un burócrata o tecnócrata quizá, favorecido por el afecto de un Carlos Salinas de Gortari que lo hizo llegar hasta donde llegó. Si no tuvo la capacidad política de desactivar a Camacho, menos iba a poder con los grandes males de la nación.
Tuve oportunidad de conocerlo en Tierra Blanca, el año anterior a que fuera destapado. Acudí junto con Víctor Murguía para entregarle al presidente Salinas la invitación a los festejos de 50 años del Diario de Xalapa. La impresión que me dio fue que era un buen hombre. La tragedia se ensañó con él y su familia, porque ocho meses después de que fuera asesinado, murió su esposa Diana Laura de cáncer y dejó en la orfandad a dos hijos pequeños.
Pero, una cosa es una cosa y la otra, otra. Así que parafraseando a Salinas con su “no se hagan bolas”, tendremos que decir, apelando a las enseñanzas del maestro Manuel Rosette Chávez: no se hagan pendejos.
(Una disculpa para las damas y los niños. El momento histórico lo amerita).
columnaprospectiva@gmail.com

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