04 de Mayo de 2024
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Una historia de bomberos
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2016-01-09 - 08:39
Al retirarse después de haber pagado el impuesto predial, don Anselmo, con mirada de verdadero odio hacia la joven que atendía en la ventanilla, dio colérico un sonoro y rotundo “¡no!” a la pregunta de si deseaba aportar 10 pesos para el H. Cuerpo de Bomberos.
Aún arrugando y desarrugando su despoblado bigotillo con movimientos de enojo de sus labios, tomó bruscamente del brazo a su esposa y salió con paso rápido del Municipio.
Llevando casi a rastras a la pobre señora que no hacía más que ver con temor a su marido sin despegar los labios, al llegar al parque, quiso la Providencia (o el diablo, que en estos casos no se puede saber) que se les acercara una muchacha de tenis blancos, pantalón de mezclilla, playera y gorra de béisbol también blancas, que con una sonrisa angelical blandía un bote-alcancía en su mano derecha. Les dijo: “¿Gustan cooperar para los bomberos?”… La esposa de don Anselmo, con los ojos desencajados, volteó a ver la cara de su cónyuge, esperando que se desvaneciera de un infarto fulminante o que se lanzara a ahorcar a la pobre adolescente. Con gran alivio, observó que su esposo se limitó a ver a la joven con ganas de hacer esto último, aumentó el color encarnado de sus pómulos y conservó la expresión de rabia que traía desde el Municipio y que no podía ya incrementar en intensidad.
Don Anselmo sólo se apartó caminando con su silente mujer del brazo.
– ¡Ya no saben cómo sacarle a uno dinero! – dijo don Anselmo con su voz gangosa y medio afónica por el enfado -. Seguramente alguien se va a llenar los bolsillos con esta maldita colecta.
La señora no hacía más que verlo con ojos de borrego a medio morir, incapaz de expresar ninguna objeción a nada de lo que su amo dijese o hiciese.
Era casi mediodía, y antes de retirarse a casa pasaron a una tienda de conveniencia. Don Anselmo pagó 76 pesos por un six-pack de cervezas. Salieron y abordaron un taxi.
Ya en el departamento, el señor, habiendo terminado de comer, dejó a la señora y los niños en la mesa y se retiró a dormir la siesta.
***
La tarde estaba inundada del ruido de sirenas chirriantes, algunas más agudas que otras, imposible de diferenciar si eran ambulancias, carros de bomberos o patrullas de tránsito o policía. Desde los extremos de la ciudad podía verse a lo lejos una negra y sombría columna de humo que se elevaba ante el azul de un cielo despejado.
Transportándonos al lugar de donde provenía aquella humareda, varias decenas de curiosos ya estaban allí. Habían llegado antes que ninguna autoridad y su número se iba incrementando rápidamente en la acera frente al lugar.
La vista era impresionante. El edificio de cinco pisos estaba envuelto por el humo, y por las ventanas rotas o abiertas de los tres primeros salían terroríficas y enormes llamas amarillas, rojas, anaranjadas alternativamente. Y a todo este tétrico cuadro lo venía a ambientar el estremecedor ruido del crujido de vigas de madera, de fierros retorciéndose y del concreto, todo quemándose en ese horno terrible.
– ¡¿Habrá alguien adentro?! – gritó alguien de entre los espectadores.
En eso se oyó ya de cerca una de las sirenas y, efectivamente, los primeros en llegar a toda velocidad fueron los bomberos en su rojo y viejo camión cisterna. Saltaron prestos todos a una con decisión, sabiendo la tarea que le correspondía a cada uno. Unos empezaron a desenrollar la enorme manguera; otros cargaron con la escalera telescópica; otros se armaron de hachas por lo que pudiera ofrecerse. Uno, el de mayor edad (probablemente el comandante) veía fija e intensamente el edificio como estudiando la situación. Poco a poco fueron llegando patrullas de policías que acordonaron la zona del siniestro.
A una indicación del jefe, los de la manguera empezaron a lanzar un enorme chorro de agua hacia las ventanas del segundo piso, de donde parecían provenir las más intensas llamaradas. Para esto, el comandante ya se había entrevistado con un habitante del edificio que logró salir antes de que el fuego se extendiera. Éste le indicó que a esa hora por lo general el inmueble estaba vacío, pero que no lo podía asegurar de los pisos superiores…
De repente se oyó un griterío proveniente de la multitud de curiosos (y morbosos, hay que decirlo) que señalaban con el dedo y el brazo extendido hacia arriba.
En medio de la humareda, desde una de las ventanas del cuarto piso, se veía una mano agitándose pidiendo ayuda.
Sin perder un segundo, los bomberos encargados de la escalera corrieron a colocarla bajo la ventana con el enorme riesgo que conlleva aproximarse al edificio. Uno de ellos escaló con agilidad increíble, sin importarle que lo golpearan las llamaradas y las bocanadas de humo de los niveles inferiores. Llegó y tomó de los brazos a una niña como de unos 10 años semisofocada. La pequeña pudo decirles cuántas personas había en el departamento. Se la pasó en brazos a otro bombero que había escalado tras él con cuerdas.
– ¡Voy a entrar! – gritó el arrojado apagafuegos. Desenvainó la pequeña hacha que llevaba en su cinturón y se internó en aquel infierno.
A los pocos segundos de haber entrado, volvió a salir en medio de las tinieblas del humo que apenas permitían verlos, ahora con un niño de unos ocho años en brazos. Pero entonces el héroe también tuvo que ser auxiliado por sus compañeros por sofocación. Como pudieron bajaron a ambos e inmediatamente otro tomó el lugar y el hacha de su compañero y también, sin importarle el fuego, el humo y el haber visto lo que le pasó al otro bombero, se introdujo por la ventana.
Finalmente, a costa de gran esfuerzo, peligro y dos bomberos en camilla casi sofocados, lograron rescatar inconscientes, pero con vida, a una mujer y a un hombre de mediana edad.
– Su familia está bien – dijo un bombero al hombre, dándole unas palmaditas en la mejilla para que recuperara la consciencia. El apagafuegos tenía el rostro negro de tizne, los ojos enrojecidos de irritación y el típico casco rojo bien colocado.
– … y usted también don Anselmo.
***
Apoyemos a nuestros bomberos.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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