José Luis Amaya Huerta
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Ante los momentos difíciles, críticos, cuando los problemas se acumulan o se hacen cada vez más difíciles de soportar, es común que nos hagamos preguntas acerca del sentido que tiene la vida.
En esas circunstancias, en las que se experimenta impotencia, dolor o incluso coraje, y el significado de las cosas se diluye ante nuestros ojos, es cuando nos preguntamos sobre el sentido de lo que acontece.
Lo anterior ocurre en los momentos difíciles, pero también en las llamadas crisis de la adolescencia, la edad madura o la vejez, cuando es común el planteamiento sobre el sentido último de la vida.
Y entonces nos preguntamos: ¿De qué sirve ser libre si no es posible elegir el rumbo que se quiere dar a la propia existencia?, ¿Para qué tener una conciencia refleja, que permite conocer que conoce y ser capaz de autorreflexión sobre los propios pensamientos, conducta, actitudes y valores?.
De acuerdo con el psicólogo Víktor Frankl (La idea psicológica del hombre, Madrid, 1976), el hecho de poner sobre la mesa el problema del sentido de la vida no debe interpretarse como síntoma o expresión de algo enfermizo, patológico o anormal, pues esa es la verdadera expresión del ser humano, de lo que hay de más humano en el hombre.
Sobre todo porque el ser humano está estructurado para estos análisis; son parte de su vida misma, de su vida biológica, psicológica, social y espiritual.
Fernando Zepeda Herrera, en su Introducción a la psicología, una visión científico-humanista, afirma que la psicología ha identificado que la falta de un sentido o significado en la vida puede provocar el hundimiento de cualquier persona y que, por el contrario, cualquier sufrimiento, aun el provocado por la mayoría de las enfermedades mentales, puede ser más llevadero y mejor confrontado, si el individuo ha podido darle un significado a su vida.
El sentido de la vida es el “para qué” vivir. Se trata de una visión opuesta al vivir pasivamente o solo deambular. Es la toma consciente, libre, premeditada de un rumbo o razón significativos para la existencia.
Dice Zepeda Herrera, “es el querer, voluntario, de darle a la vida una orientación específica”. Es aquello que está en la mente de los individuos, y los lleva a trascender.
Buenos ejemplos pueden encontrarse en la vida cotidiana, en el padre de familia que dedica toda su vida a trabajar en una actividad poco grata por amor a su esposa e hijos; en el médico que sacrifica sus comodidades y se instala en una comunidad rural para llevar atención a los más necesitados, o en el profesor mal pagado, que dedica toda su vida a la formación de nuevas generaciones.
Sin lugar a dudas, ellos han sabido darle un sentido y una razón a su existencia.
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