Amadeo Palliser Cifuentes / Barcelona
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Los españoles no nos odian a los catalanes y valencianos por ser diferentes, nos odian porque no consiguen que seamos como ellos quisieran, uniformarnos con el castellanismo español, subordinados al estado español, como intento explicar en este escrito.
La editorial de Vicent Partal, en Vilaweb del pasado 28 de marzo, lo explica muy bien, igual que Out Bou, en su artículo de ese mismo medio y día, titulado ‘Este territorio del que usted me habla’, en el que explica con detalle la postura de Salvador Illa (155) eludiendo citar Catalunya Nord y, en su lugar, cita ‘ese territorio’, y eso, como explica Out, es posicionarse con el jacobismo francés y borbónico, pues no es concebible la equidistancia. O estás con el sistema o contra él.
Todo es una estrategia para desnaturalizar y descafeinar nuestra identidad nacional catalana.
Es sabido que el objetivo del estado español busca que los catalanes perdamos nuestra identidad como tales, que despreciemos nuestra identidad cultural histórica. Identidad que expresamos con la defensa de nuestros símbolos y signos distintivos de nuestra patria (idioma, bandera, himno, selecciones deportivas, gastronomía, etc.)
Y dada nuestra persistencia, su expresión es el odio que nos expresan.
‘La identidad nacional se basa en una condición social, cultural y territorial; en la identidad basada en el concepto de nación, es decir, el sentimiento de pertenencia a una colectividad histórico-cultural definida con características diversas, rasgos de cosmovisión definidos con mayor o menor localismo o universalismo (desde la cultura a la civilización)’
(Vilaweb)
Ahora bien, la evolución demográfica nos va en contra, ya que, de los 8.016.606 habitantes (en 2024), el 18,04% correspondía a población extranjera residente en Catalunya.
Y los catalanes, teóricamente, proclives en la defensa de nuestra identidad, dejamos que los principales comercios, los más céntricos, se rotulen en inglés; y lo vemos bien. Igualmente hacemos en numerosos eventos culturales. Y eso es una clara muestra de nuestro complejo de inferioridad, está claro.
Asímismo, vemos que muchos comercios tienen denominaciones árabes, y los consideramos de tercera categoría y despreciamos; pero los que tienen denominaciones en inglés, los aceptamos y avalamos.
No es que apliquemos la teoría de la ‘sociedad líquida’ de Zygmund Bauman (1925 – 2017), más bien somos pragmáticos, en el mal significado del término.
Así, queremos mantener nuestras costumbres, en plan antropológico, pero no queremos mantener nuestra ideología, para no molestar al reino español.
Por eso, me parece interesante recordar la canción de León Gieco (Raúl Alberto Antonio Gieco), ‘Sólo le pido a Dios’ (1978), ya que nos debería hacer recapacitar mínimamente:
Sólo le pido a Dios
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente
que la reseca muerte no me encuentre
vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.
Sólo le pido a Dios
que lo injusto no me sea indiferente
que no me abofeteen la otra mejilla
después que una garra me arañó esta suerte.
Sólo le pido a Dios
Que la guerra no me sea indiferente
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.
Es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de nuestra gente.
Sólo le pido a Dios
que el engaño no me sea indiferente
si un traidor puede más que unos cuantos
que esos cuantos no lo olviden fácilmente.
Sólo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura indiferente.
Sólo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.
Es un monstruo grande y pisa fuete
toda la pobre inocencia de la gente.
‘La identificación con una nación suele suponer la asunción, con distintos tipos y grados de sentimiento (amor a lo propio, odio o temor a lo ajeno, orgullo, fatalismo, victimismo, entre otros) (…) Según la antropóloga Liah Greenfeld, la identidad nacional es la identidad fundamental en el mundo moderno frente a otras identidades en cuanto que se considera definidora de la esencia misma del individuo’ (…) Greenfeld define el término nacionalismo en un sentido general como el conjunto de ideas y de sentimientos que conforman el marco conceptual de la identidad nacional’
(Vilaweb)
Pero ese ‘nacionalismo’ deja de serlo, si está supeditado a las reglas de otro nacionalismo (español), considerado, de por sí, de mayor nivel y relevancia. Y, si ese nacionalismo ‘superior’ es el que determina la identidad y el nivel de soberanía de sus súbditos, es evidente que, en ese caso, hay nacionalismos de primera, de segunda y hasta de tercera categoría. Y esto es lo que pasa en el reino español.
Y en nuestro caso, vemos que el estado español y su delegado en Catalunya (Salvador Illa), únicamente tienen in mente un estado y un país, el español, como nos demuestra, por actica y pasiva el represor Illa (siguiendo al ‘desinfectador’ Josep Borrell), que no quiere ni citar a Catalunya Nord, le llama ‘ese territorio’, y nunca, nunca, se refiere a Catalunya como país, pues no quiere involucrarse en disputas nominalistas, pero, está claro que ese falso neutralismo, es un claro posicionamiento estructural españolista.
Bauman dijo: ‘¿qué diferencia hay entre un comunista y una manzana? La manzana cae cuando está madura, el comunista madura una vez ha caído’. Y me parece que ese pensamiento lo podemos aplicar al reino español, que nunca madurará, nunca nos aceptará como iguales y, en todo caso, madurará tras nuestra independencia; ese será el gran favor que, indirectamente, les haremos, pues se verán forzados a reconocer su minusvalía en todos los sentidos, ya que su ‘ardor guerrero’ se verá inutilizado y cómico.
En ese momento, el teóricamente ‘poderdante’ español se verá incapacitado en todos los sentidos y extremos y, así, los teóricamente ‘apoderados’, como Illa, perderán sus papeles y quedarán reducidos a su más miserable miseria moral y social.
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